jueves, 16 de enero de 2014

Michoacán: Entre la ingobernabilidad y la guerra

Más allá de pruritos ideológicos, asistimos a la agudización de la ingobernabilidad en Michoacán. Ya no es un epíteto, arrogancia partidista, postura ideológica o mercadotecnia. El actual gobierno priista, entre quejas contra el anterior, exhibición mediática, parálisis burocrática, naufraga.
El naufragio es, como vemos en los medios y en la realidad, de consecuencias incalculables. Las autodefensas son grupos armados de corte paramilitar que hoy tienen objetivos concretos en contra de criminales bien identificados, grupos que crecieron a la vera de la inacción y complicidad gubernamental.
Como la CNDH afirmó, las autodefensas son ilegales, pero surgieron porque los gobiernos federal, estatal y municipal, nada han hecho por la seguridad de la población. Igualmente porque prevalece la complicidad, impunidad e imposición de la fuerza de los delincuentes que parecen gozar de protección.
Los registros etnográficos de algunos investigadores, periodistas y gente común que se atreve a narrar las atrocidades de los criminales erigidos en autoridad por diversas vías, ofrecen testimonios de extorsión, secuestro, asesinato, violencia cotidiana, violación a niñas y mujeres, ejecuciones.
Según diversos medios, la delincuencia organizada posee una fuerza de al menos 10 mil efectivos, todos entrenados para asesinar, secuestrar, extorsionar e imponer la enfermiza voluntad de un grupo que violenta la cotidianidad de miles de pobladores con el pretexto de luchar contra otros carteles.
En las dos últimas semanas, la violencia ha subido de tono, por el avance de las autodefensas, en un contexto de inacción y parálisis gubernamental, cuyo despliegue mediático naufraga. Su comunicación social pretende escamotear el derecho a la información, en aras de una simplista imagen.
Y finalmente, este fin de semana el gobierno estatal claudicó y urgió acciones del gobierno federal, el cual se regodea con una costosa campaña mediática de mentiras para celebrar las “reformas estructurales”, mientras la delincuencia organizada y las autodefensas se enfrentan en nuestro estado.
El lunes, después de una reunión en la que el gobierno federal afirmó que tomará el control de la zona de conflicto, y el arribo de cientos, quizás miles de nuevos efectivos, la pequeña guerra parece que dará un nuevo giro, pero en contra de las autodefensas, como ocurrió en la población de Antúnez.
No hay, desde la perspectiva de este escribano, novedad en la estrategia. El ejército va en contra de las autodefensas, pero no contra los criminales. Lo mismo han hecho los dos últimos gobiernos del estado. Su inacción, burocratización y perversidad mediática, alimentaron el escenario actual.
El gobierno estatal, entre anuncios mediáticos (“despachará de manera recurrente” en la zona de conflicto), se atrinchera en Morelia, una ciudad en la que la inseguridad va al alza. Robos de vehículos, asesinatos, ejecuciones, extorsiones, inacción y obras de relumbrón.
Por supuesto que esta pequeña guerra tiene como principal escenario la Tierra Caliente, pero la gente guarda largos silencios en las ciudades a las que actualmente arriban los desplazados de la zona de conflicto, porque sus nuevos destinos no están libres de delincuentes e inacción gubernamental.
En alguna pasada colaboración sostuve que el conflicto, concentrado en una zona, no debía ser usado políticamente para solicitar la desaparición de poderes. Lo sigo sosteniendo, pero urge desburocratizar y dejar de usar la costosa campaña mediática en marcha para aparentar que todo está bien.
La estrategia debe ser clara. El crimen organizado, sus bases de apoyo, las redes que tejió en el último decenio, fuentes financieras y cómplices, deben ser removidos paulatinamente para que la conflictividad descienda. Esta lucha, que hasta la fecha no se ha dado, debería ser el principal objetivo.
Sin duda, las autodefensas deberán desarmarse paulatinamente también. Pero los gobiernos federal y estatal, no pueden seguir con su campaña mediática donde la lucha contra el crimen organizado apenas aparece, mientras las autodefensas se mueven entre el fuego criminal y la inacción gubernamental.
Al descender la conflictividad en la zona, deberá implementarse una política pública fuera de partidismos y complacencias altruistas y caritativas. Es urgente penetrar las entrañas de la estructura social y económica para revertir el proceso social e ideológico que hizo de la delincuencia organizada alternativa de vida.
Es claro que tales acciones van más allá del electorelismo de la Sedesol y otras instancias supuestamente encargadas de combatir la pobreza. Es necesario reconocer, asumir y diseñar una política pública que revierta décadas de abandono gubernamental, marginación, precariedad, pobreza.
Un artículo del Global Post (01/13/2014), señala que las autodefensas están llenando el vació dejado por el gobierno y representan un desafío de incalculables consecuencias. Son ilegales, pero contradictoriamente la presencia del crimen organizado ha sido normalizada, o al menos eso se pretende.
En realidad, el crimen organizado ocupó en diferentes momentos los vacíos dejados por el gobierno. A nivel de las estructuras socioeconómicas de cientos, quizás miles de comunidades y localidades, la presencia de la delincuencia se fue normalizando por la inacción gubernamental.
A este escribano le han narrado historias en las que la delincuencia organizada actúa como benefactora y autoridad, por medio del uso de la fuerza, el asesinato, la extorsión, la amenaza, las ejecuciones, las violaciones, el chantaje, el secuestro. El tejido social fue colonizado por estas prácticas en el último decenio.
Las autodefensas están ocupando los vacíos gubernamentales, particularmente el de la seguridad, porque las complicidades en variados niveles han paralizado la obligación del Estado, no sólo de usar legítimamente la fuerza sino también que la gente viva segura y no amenazada y con miedo.
Observemos cómo se desarrolla este nuevo episodio. La estrategia, nada novedosa, pretende controlar la zona de conflicto ante el avance de las autodefensas, pero olvida que la delincuencia podría desplazarse hacia otras regiones del estado, lo que no parece estar en la agenda gubernamental.
Finalmente, en tanto las complicidades tejidas durante años, tanto a nivel del tejido social como institucional no sean exhibidas y desmanteladas, esta “nueva” estrategia del gobierno federal tendrá poco éxito. Las armas pueden hacer mucho, pero el problema de la delincuencia y sus vínculos es estructural.