El secretario de Relaciones Exteriores fue exhibido, tanto por la CBS como el
Washington Post, haciendo alegres correcciones a un discurso de Trump sobre la
construcción del muro. La filtración fue negada, pero en realidad, es tal el
desprestigio del gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN), que ni las marchas ad
hoc remontarán su desgracia.
De seguro las encuestas amañadas de Mitofsky y encuestadoras afines
mostrarán que la marcha de los billonarios y la intelectualidad de derecha fue
un éxito, pero la realidad es que las amenazas de Trump siguen donde las
vestimentas blancas las dejaron. Apoyar a EPN solamente intenta ocultar la
debacle gubernamental.
Y la debacle gubernamental no es solamente el desprestigio de un gobierno
que perdió el rumbo hace mucho, sino el colapso de un modelo económico que ha
privilegiado la dependencia comercial con Estados Unidos y, aunque no se
reconozca, el mercado laboral para millones de migrantes mexicanos
indocumentados hoy amenazados.
Más del 80 por ciento del comercio mexicano depende del mercado
estadounidense, pero somos un país maquilador y surtidor de productos
agrícolas. Es todo. México no ha desarrollado una industria propia. Somos
armadores y maquiladores. Y la dinámica de esta producción depende del mercado
y los consumidores estadounidenses.
Igualmente, durante más de 150 años el mercado laboral estadounidense ha
sido la válvula de escape de una nación que abandona sistemáticamente a sus
connacionales, que solo les ofrece trabajo precario y ha destruido al pequeño
agricultor, favoreciendo la agroindustria transnacional para surtir al mercado
del Norte y con salarios de muerte.
La dependencia del comercio y el mercado laboral estadounidense, son los
dos ejes de un modelo económico sustentado en las políticas neoliberales que
han impuesto el capitalismo salvaje y depredador. Destrucción de recursos naturales
y de la fuerza de trabajo cuya única alternativa es el país del norte. Vaya
paradoja no reconocida.
Tanto el gobierno federal como los estatales, han abierto oficinas y sedes,
y organizan viajes turísticos a los lugares con mayor población mexicana en
Estados Unidos, movidos más por la codicia que significa el ingreso por
remesas. En 2016 más de 26 mil millones de dólares rompieron la marca anterior.
Y es la envidia de las elites políticas.
Con todo, se han abierto dos vías para salvar lo insalvable. Por un lado,
el testaferro Videgaray corrigiendo discursos y negociando en lo oscurito para
preservar el TLCAN, sin el cual el modelo económico neoliberal terminará por
colapsar. Por el otro, se han multiplicado planes, programas y dineros para
supuestamente apoyar a los deportados.
La migración mexicana al norte ha tenido varias etapas históricas. En los
últimos 15 años pasó de la migración masiva, reunificación familiar, asentamiento
permanente, descenso del retorno, vaivén de las remesas, política inmigratoria
más severa, atentados terroristas, crisis de las hipotecas, a las deportaciones
masivas y la amenaza de Trump.
En ese lapso, los gobiernos mexicanos (PRI-PAN) sedujeron a la diáspora
establecida en Estados Unidos, pergeñaron programas para atraer remesas para
suplir el abandono gubernamental (1x1, 3x1, Fami, y otros fondos), pero ninguna
política pública ha impedido la emigración; las causas y contextos que la
motivan continúan y se han agravado.
Sin duda, es plausible que el gobierno mexicano, a regañadientes, genere
acciones, fondos y programas para paliar la situación de los deportados,
quienes en realidad han estado siendo expulsados cotidianamente. Barack Obama deportó
a unos tres millones de mexicanos sobre todo en su segundo periodo
gubernamental.
Hoy, ante la seria amenaza de Trump, la cual comenzó a cumplirse la semana
pasada, se han multiplicado programas, compromisos, fondos, que anteriormente
no existían y que son pomposamente presentados ante la deportación masiva. El
hecho es que la migración y las remesas sirvieron para apuntalar el modelo
económico que se está defendiendo.
No es del interés gubernamental la migración, sino la pérdida no oficial de
una válvula de escape laboral que ha aligerado la imposición del capitalismo
salvaje, además de la caída de los ingresos por remesas. Ambos elementos, se
reconozca o no, han sido parte del modelo económico que se pretende salvar,
aunque se renegocie el TLCAN.
En este marco, la secretaría de Relaciones Exteriores llamó a la comunidad
mexicana en Estados Unidos a tomar precauciones ante el endurecimiento de las
medidas migratorias y a mantener contacto constante con los consulados,
mientras la secretaría del Trabajo anunció un fondo de 1 mil millones de pesos
para atender deportados.
La CNDH, con el ombudsman de Iberoamérica, ONU y CIDH, formó un frente
común en la frontera norte para realizar acciones a favor de los mexicanos en
Estados Unidos; el gobierno de la Ciudad de México, ofrece programas para
deportados, y el INADEM (Instituto Nacional del Emprendedor), afirma que apoyará
el talento deportado.
Finalmente, la Sedesol firmó un convenio con Financiera Rural para formar
un Fondo de Garantía Líquida por 20 millones de pesos para apoyar a migrantes,
y la UNAM anunció que apoyaría a estudiantes deportados, además de llamar a la
planta académica a generar nuevas propuestas para el desarrollo de México.
Todos estos anuncios, pues falta ver que se hagan realidad, son
coyunturales y varios propaganda, como la foto que se tomó el presidente de
México en el Aeropuerto Internacional de México con deportados. No hay
políticas públicas de mediano y largo plazo, pues finalmente se espera que las
aguas se calmen y se normalice la situación.
Es plausible la “preocupación” gubernamental y
las marchas de los billonarios y los intelectuales de derecha anti-Trump, la
que resultó en sonado fracaso, pues su convocatoria estuvo precedida por el
tufo gobiernista, pero al gobierno mexicano le interesa el marcado laboral
estadounidense y las remesas, no los migrantes como personas y connacionales.