jueves, 13 de diciembre de 2012

Migrantes mexicanos en Estados Unidos

La migración mexicana a Estados Unidos presenta actualmente variados contrastes. Como se muestra en el reciente informe del BBVA Bancomer (Situación migración México, noviembre 2012), la selectividad, segmentación de los mercados laborales y la calificación de los mexicanos, juegan un importante papel en el centenario proceso migratorio.
Esta situación es parte de la historia migratoria a Estados Unidos. En diferentes momentos históricos, la selectividad ha definido los flujos mayoritarios de emigrantes mexicanos que se insertan en los mercados laborales estadounidenses. A pesar de los cambios en perfiles, patrones y modelos migratorios, se requiere un cierto tipo de trabajadores migratorios.
Así como históricamente a los mexicanos se les ha considerado mano de obra y no necesariamente migrantes, las políticas migratorias, explícitas o implícitas, tanto de Estados Unidos como en México, impulsan la salida y recepción de trabajadores cuya baja calificación es fundamental. Y ese es el papel de los mexicanos.
La mayoría de los mexicanos se insertan en mercados laborales segmentados en los que no se requiere mayor calificación. El estudio de BBVA Bancomer es elocuente. Además de tener los menores niveles de escolaridad, perciben los salarios más bajos; y ocupan puestos de trabajo necesarios, pero ubicados en los últimos niveles de la estructura económica.
Adicionalmente, el empleo de los migrantes mexicanos está desvinculado de los demás grupos latinos. Mientras estos últimos han ido recuperando los puestos de trabajo que perdieron durante la recesión, los mexicanos se encuentran por debajo de los niveles anteriores. Esta situación está marcada por las acciones antiinmigrantes.
El impacto de la ley SB1070 ha sido de largo alcance. Su contribución al clima antiinmigrante es innegable; desató una cacería en contra de los inmigrantes mexicanos en particular. Recordemos que de los inmigrantes indocumentados, el 60 por ciento son mexicanos, y más del 50 por ciento de los mexicanos son indocumentados.
A la selectividad, la segmentación de los mercados laborales y la baja calificación laboral, se suma la discriminación, en un contexto en el que la racialización define la inserción en la sociedad estadounidense. Las estrategias históricamente emprendidas por los inmigrantes mexicanos para adaptarse a la adversidad, hoy enfrentan mayores retos.
Esta situación tiene diversos impactos, como es el caso de las remesas. De seguir las tendencias recientes, su recepción se ubicaría por debajo de la cifra de 2011. A nivel familiar y local es donde su baja se reciente más. Su gasto en alimentación, salud, educación, vivienda, entre los más importantes, se contrae de modo particular.
Por ello, como he insistido en diversos foros, ninguna política pública puede basarse en la recepción de las remesas. Son los ingresos que los migrantes obtienen por la venta de su fuerza de trabajo; primordialmente, son para llevar bienestar individual y colectivo a las familias y localidades de origen de los migrantes.
En el caso de los mexicanos, el llamado “problema” migratorio tiene implicaciones que van más allá de lo estrictamente económico y laboral. Como lo sugerí en una pasada entrega y en un foro académico, los inmigrantes mexicanos no son absolutamente necesarios. Estados Unidos demanda fuerza laboral calificada, no la encuentra entre los mexicanos.
Lo anterior no significa que su trabajo no sea importante e incluso necesario en algunos segmentos del mercado, el problema es que la selectividad migratoria opera de maneras que favorecen la reproducción de situaciones que implican la inserción de los mexicanos de modo desventajoso respecto a otros grupos de latinos y otras minorías.
Este panorama debe llevarnos a la reflexión, no solamente a los académicos, particularmente a los legisladores, funcionarios públicos, tomadores de decisiones, en el sentido de repensar nuestras percepciones y certezas sobre la migración México-Estados Unidos, para definir tanto la relación con la diáspora como las políticas en su favor.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Migración: converger visiones



Este cambio de gobierno, que implica también el retorno del PRI, después de 12 años de alternancia encabezada por el PAN, cuyos saldos en los diferentes problemas y políticas son poco halagüeños, es un buen momento para redefinir las grandes líneas de la relación gubernamental con la migración mexicana.
Salvo el planteamiento promovido por el ex-canciller Jorge Castañeda en el gobierno de Vicente Fox, desestimado por el gobierno estadounidense a raíz de los ataques terroristas de 2001, durante el sexenio que está por terminar el tema se movió entre el discurso triunfalista de las estadísticas y la ignorancia.
Con Fox, la institucionalización del 3x1 devino en “la política” para entablar una relación, a veces exitosa, a veces ríspida, con parte de la diáspora mexicana, representada por algunos líderes, grupos de interés, consultores, académicos y organizaciones, que dio cauce a nuevas formas clientelares y corporativas.
Asimismo, significó un buen intento por desplegar el supuesto modelo de desarrollo basado en las remesas, promovido, bajo otros epítetos, por organismos financieros y de desarrollo internacionales, partidos políticos, consultores, académicos, organizaciones y grupos clientelares y corporativos.
Durante el calderonato, tanto el 3x1 como los vínculos con los supuestos representantes de la diáspora mexicana, sirvieron para aparentar que se administraba la migración mexicana, pero como una calamidad, a la que únicamente se le vio como oportunidad económica para realizar obra a nivel local.
El 3x1 y los migrantes organizados en el exterior y en sus localidades de origen, multiplicaron los beneficios de las remesas ante el abandono gubernamental, la escasa atención pública municipal y local, carencia de estrategias para aminorar la migración, y persistencia de las condiciones que impulsan la migración.
Más allá de los resultados de la reunión entre Enrique Peña Nieto y Barack Obama, las visiones en México sobre la migración mexicana a Estados Unidos deben cambiar, para converger en una política pública capaz de aprender de lo hecho hasta ahora, pero sobre todo para generar una política integral.
La visión de la migración como una calamidad (fatalidad, dice Rodolfo García Zamora), debe dar paso a una visión de la complejidad del proceso migratorio en el sentido de la movilidad humana internacional, global, transnacional. Desde hace décadas, la migración México-Estados Unidos dejó de ser un asunto bilateral.
Si bien, el gobierno y la sociedad estadounidense asumen la inmigración como tema doméstico, es necesario que en el marco de las relaciones diplomáticas de dos países que son socios comerciales, vecinos y aliados en asuntos como la seguridad, se exploren vías para regular la circulación de mano de obra.
La visión sobre la complejidad de la movilidad humana, implica ir más allá del control de la migración internacional en nuestro territorio, que incluye regular la migración mexicana y la transmigración, pues esta idea únicamente se encamina a compatibilizar las acciones en México con la política de Estados Unidos.
En las últimas semanas, ha circulado información proveniente del encargado del tema migratorio en el equipo de transición de Enrique Peña Nieto sobre la sugerencia de implementar una patrulla fronteriza en nuestra frontera sur, para detener la transmigración indeseable.
La criminalización de la transmigración, como sucede con los mexicanos indocumentados que buscan ingresar a Estados Unidos, únicamente justifica una barrera de abusos y maltrato a los transmigrantes. Es importante regular la movilidad humana, pero una política controladora no es la solución.
Si bien los cambios en las leyes y políticas públicas pueden redefinir la relación gubernamental con la migración, es necesario dejar de pensarla como la gran oportunidad que supone como negocio, clientela política y solución de los problemas del desarrollo local.
Esta percepción incluye redefinir la política migratoria como simple atención a las familias de los migrantes en las localidades de origen; reparto de recursos para obras y acciones de diverso tipo, y enlace para el reforzamiento clientelar y simbólico de gobiernos locales con grupos de interés allende el río Bravo.
Asimismo, es importante dejar de concebir la migración como un asunto desligado de las relaciones diplomáticas, comerciales y bilaterales entre México y Estados Unidos. Históricamente, la migración mexicana alimenta el mercado laboral estadounidense, lo que repercute positivamente en su economía.
Pero en los últimos veinte años, buena parte de la inmigración mexicana ha construido un espacio transnacional necesario para las economías de ambos países. Además, las actividades de los inmigrantes de origen mexicano de primera, segunda, tercera generación, son fundamentales para Estados Unidos.
En cuanto a los derechos políticos de los mexicanos en el exterior, su restitución es fundamental, pero es urgente redefinir los vínculos clientelares y corporativos que han pesado tanto en estos 12 años. El voto migrante no puede seguir siendo el objetivo central del reconocimiento de los derechos políticos de los migrantes.
Las iniciativas que se planteen no pueden seguir pidiendo recursos públicos para las pasarelas de funcionarios, políticos, grupos de interés y líderes migrantes en Estados Unidos. Una nueva circunscripción electoral tampoco resolverá los niveles de votación, menos el obsequio de diputaciones o puestos políticos.
Finalmente, como parte de estas convergencias, las otras migraciones, la interna, la de tránsito, y la que se está asentando en México, como es el caso de las colonias de centroamericanos en el norte, tienen que ser incluidas en la política migratoria que podría surgir del nuevo gobierno.
Según funcionarios en México y Estados Unidos, el tema migratorio mexicano forma parte del encuentro de Peña Nieto con Obama, pero un planteamiento proactivo mexicano es necesario. El gobierno estadounidense ofrecerá una reforma migratoria, pero todavía no sabemos la postura de los republicanos.
Coincido con Rodolfo García Zamora cuando afirma que la migración tiene que formar parte del Plan Nacional de Desarrollo, mas no como subtema de alguna estrategia general, sino como planteamiento que destaque su complejidad y transversalidad. Una secretaría tampoco resolvería el problema.
El gobierno que encabezará Enrique Peña Nieto a partir del 1 de diciembre, aparte de los modos como se hizo del poder, debe implicar un cambio de fondo en la relación México-Estados Unidos. El tema migratorio, en la perspectiva de la movilidad humana, puede ser un buen punto de partida, para ir más allá de compatibilizar las acciones mexicanas con las políticas de ese país.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Obama, nuevo mandato

El súper martes o día de la elección presidencial en Estados Unidos, arrancó con encuestas ambiguas y barruntos de una carrera cerrada y de pronóstico reservado. Sin embargo, con cambios frecuentes en el número de electores, antes de lo esperado se confirmó la reelección de Barack Obama por cuatro años más.
Las elecciones estadounidenses, en opinión de unos, las más reñidas de los últimos años, plagada de insultos, acusaciones y guerra sucia, la más costosa de la historia de Estados Unidos, se definió a favor del primer afroamericano que ha llegado a la Casa Blanca, dándole un nuevo mandato.
Pero quizás lo más significativo de esa carrera presidencial es que Obama se queda en la Casa Blanca en un país dividido. Los blancos anglosajones y protestantes, quienes todavía son la mayoría en ese país, y las minorías y algunos sectores blancos de clase media, terminaron confrontados.
El discurso de Romney, al aceptar su derrota, y la mesura de Obama, al proclamar su victoria, reflejaron la situación a la que llevó a Estados Unidos la elección presidencial. Por ello, ambos llamaron a la reconciliación. El presidente Obama fue más allá, emplazó a los estadounidenses a continuar el camino.
De acuerdo con las estimaciones más recientes, los latinos, afroamericanos, asiáticos, jóvenes y mujeres, entre los que destacan anglosajones de clase media y urbana, votaron por Obama. Por Romney sufragaron la mayor parte de los hombres anglosajones, mayores de edad y de origen urbano.
En este sentido, fueron a las urnas a refrendar al primer presidente de origen afroamericano los estadounidenses que están configurando un Estados Unidos que ve al futuro, además de estar conformado por las minorías que en conjunto serán mayoría a la vuelta de algunos años.
Los Estados Unidos de la transición demográfica jugaron un papel fundamental en estas elecciones. Esta coalición rechazó, a pesar del incumplimiento de las promesas que llevaron a Obama a su primer mandato, a esa parte de la sociedad estadounidense anclada en el pasado conservador, racista y ultraderechista.
Efectivamente, los sectores más conservadores, encabezados por hombres de mayor edad, blancos, anglosajones y protestantes, muchos de origen rural, evangélicos, algunos ligados a la ultraderecha representada por el Tea Party, grupos racistas, y profundamente republicanos, respaldaron al perdedor.
No cabe la menor duda que las recientes elecciones en ese país implicaron la confrontación entre la sociedad del pasado y la del futuro. La Unión Americana blanca, anglosajona y protestante pronto cederá su lugar a una sociedad diversificada y multicultural, donde las minorías tendrán un nuevo protagonismo.
En términos políticos, algunos analistas señalan que Obama está obligado a cumplir en este segundo mandato sus promesas incumplidas; otros afirman que poco cambiará la situación en temas tan importantes como la inmigración, la seguridad, la relación con México y América Latina, el narcotráfico.
Desde mi punto de vista, el tema migratorio tendrá una respuesta mixta. Es altamente probable que el presidente Obama presente una iniciativa al respecto, pero no olvidemos que la división en la sociedad se reflejó en el Congreso: los republicanos dominan la Cámara de Representantes y los demócratas el Senado.
Esta situación es similar a la de los pasados cuatro años. La diferencia es que en aquel momento los demócratas, con algunas excepciones, abandonaron en el camino una propuesta de reforma inmigratoria por cuestiones políticas y electorales, mientras los republicanos reforzaron su postura antiinmigrante.
Asimismo, no debemos perder de vista, de presentarse la iniciativa presidencial, de seguro recogería los grandes trazos de la política inmigratoria vigente. Quizás se suavicen las deportaciones, las redadas, programas como comunidades seguras, y la construcción del muro fronterizo, pero lo esencial está en el camino.
Si suponemos que la reforma inmigratoria favorecerá una amnistía como la de 1986, nos equivocamos. No sólo porque la Cámara de Representantes está dominada por los republicanos, sino porque en cuatro años se ha consolidado una política inmigratoria restrictiva que prácticamente reforzó lo realizado por Bush.
La pequeña Dream Act o DACA, que permitirá a un reducido número de inmigrantes evitar las acciones de deportación, además de tener un límite de vigencia, lo que no implica un posible refrendo, fue, como lo comenté en su momento, una acción electoral que tuvo un buen fin.
En cuanto a seguridad, narcotráfico y las relaciones con México y América Latina, es probable que la perspectiva varíe muy poco. Mientras en dos estados de la Unión Americana se aprobaron sus respectivos referéndums para legalizar el uso de mariguana recreativa, los países productores recibirán igual trato como hoy.
Sin duda lo anterior, a pesar de las felicitaciones oficiales por la matanza de más de 60 mil personas en nuestro país, es un golpe a una estrategia, definida por Washington y de aplicación continental, que ha demostrado su fracaso político y un alto costo social, definido por la violencia del Estado y la delincuencia.
El nuevo mandato de Obama puede ser positivo para los inmigrantes indocumentados, incluso para México, en términos geopolíticos, pero los grandes trazos de la política inmigratoria y las relaciones entre los vecinos distantes están escritos. En ambos casos, son temas estrictamente domésticos. No hay más.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Migración y economía en Estados Unidos



En un reciente encuentro (9 Congreso Internacional de Migración, auspiciado por el ININEE de la UMSNH, con el tema “Migraciones Centroamericanas”), presenté algunas reflexiones sobre la necesidad de reconsiderar nuestra visión de la movilidad humana, idea que incluye los múltiples desplazamientos del ser humano, en las agendas gubernamentales.
Argumenté, entre otros asuntos, que la migración mexicana es necesaria pero no indispensable para Estados Unidos, en términos geopolíticos. La cercanía geográfica y la vecindad la favorecen pues abaratan la mano de obra, pero ese país podría buscar trabajadores en otros países, quizás a mayores costos y otras implicaciones políticas.
El planteamiento es polémico, pues se ha demostrado el peso socioeconómico de los inmigrantes, sin importar su situación jurídica, en las economías de distintos estados de la Unión Americana, de ahí que supongamos que los mexicanos son indispensables; pero ignoramos que ese país abre y cierra sus fronteras acorde con sus intereses y necesidades.
Las diferentes olas migratorias de mexicanos responden a las necesidades de Estados Unidos, no a las de nuestro país, menos a las de los mexicanos y sus familias y localidades de origen. Las deportaciones de los veintes y treintas del siglo pasado, y las actuales, son el mejor ejemplo histórico de un proceso que tiende a moverse acorde a los ritmos de ese país.
En el contexto de la carrera por la Presidencia en ese país, diversas voces, no necesariamente pro-inmigrantes, además de lamentar la ausencia del tema migratorio en los debates de los candidatos, urgen a reconsiderar la inmigración, particularmente la de alto nivel educativo, para mantener y reforzar el rol económico de esa nación en el mundo.
De acuerdo con Bloomberg Businessweek (businessweek.com), tres graves problemas que podrían resolverse con la reforma inmigratoria: primero, la caída de la inmigración en varios estados está golpeando la agricultura y otros sectores, como la construcción, pues el contexto antiinmigrante promueve la salida, acoso y deportación de indocumentados.
Segundo, la vejez de la población en Estados Unidos plantea dudas urgentes sobre la mano de obra que deberá sustituirla, además de los recursos pecuniarios para sostener a jubilados y pensionados. Es importante recordar que los inmigrantes indocumentados pagan impuestos en ese país, lo que favorece los fondos de pensiones de los trabajadores en retiro.
En tercer lugar, se señala que el incremento de las oportunidades en países en desarrollo promueve que muchos inmigrantes calificados y con educación de alto nivel, se vayan a otras naciones, mientras la Unión Americana necesita de ellos para mantener su posición económica y política en un mundo competitivo.
Bajo esta perspectiva, Estados Unidos necesita inmigrantes emprendedores y bien educados, no solamente para promover la apertura de nuevos negocios sino también para atender sectores, como salud, donde escasea la mano de obra nativa. Y en el caso de la agricultura, la construcción, y otras áreas, urge fuerza de trabajo poco calificada.
Cuando se afirma que Estados Unidos es un país de inmigrantes, el discurso carece de retórica, pues efectivamente para mantener su posición de fuerza en todos los sentidos, necesita tanto mano de obra calificada como poco calificada, para revalorar el capital y recuperar la tasa de ganancia.
La no indispensabilidad de la mano de obra mexicana no puede entenderse de manera tajante. La necesidad de mano de obra de ese país es un asunto de geopolítica y poder económico. Urge gente calificada y educada, para dinamizar la economía; también, la mano de obra poco calificada es importante, pero puede ser contratada en otros países.
Hay una relación perversa entre Estados Unidos y México, donde los mexicanos, la mayoría poco calificados, se insertan en mercados laborales acorde con esa calificación, mientras inmigrantes de origen asiático, sudamericano y de otras nacionalidades son promovidos positivamente por su educación y alta calificación.
De ahí surge la afirmación de la no indispensabilidad de la mano de obra mexicana. El mundo global está poblado de miles de millones de pobres, Estados Unidos podría moverse hacia ellos si las condiciones en las que obtiene la fuerza laboral mexicana cambian. La situación de la inmigración indocumentada mexicana es un asunto de geopolítica.
El sentido de la reforma inmigratoria en la Unión Americana dependerá de los resultados de la elección presidencial y la renovación de las Cámaras de Representantes y Senadores. Aunque el tema migratorio estuvo ausente en los debates presidenciales, cada partido y bando político definirán la situación de los indocumentados en los próximos cuatro años.

viernes, 5 de octubre de 2012

Remesas, crisis y subdesarrollo



En los últimos dos meses, las remesas provenientes principalmente de Estados Unidos, parte del salario que los inmigrantes de origen mexicano reciben por vender su fuerza de trabajo en ese país, sufrieron una baja considerable. En opinión de algunos analistas, la caída de 11.6 por ciento en agosto parece una debacle de incalculables consecuencias.
Acorde con el Banco de México, desde el primer trimestre del año pasado no se observaba esta tendencia. En pesos corrientes, descontando la inflación, la disminución se ubicó arriba del 8 por ciento. Esto tiene que ver con la apreciación del peso respecto al dólar, lo que implica que los receptores de remesas reciban menos pesos por dólares enviados.
Si bien el número de operaciones tuvo una caída marginal (0.6 por ciento), en términos anuales la remesa promedio cayó 10.6 por ciento (303.91 dólares), lo que implica que un buen número de inmigrantes han tenido que reducir el monto de lo que envían a su familias y localidades de origen.
Detrás de esta caída, está la débil recuperación de la economía estadounidense; hecho que implica menos empleos, sobre todo en la construcción, esparcimiento y hostelería, comercio y manufacturas, sectores donde se ubica preponderantemente la mano de obra mexicana inmigrante. Y esta tendencia podría extenderse en lo que resta del año.
Las remesas, en cuanto ingresos de los inmigrantes que venden su fuerza de trabajo, son cíclicas; su frecuencia y montos dependen de las condiciones económicas en el país receptor de trabajadores migratorios. Los vaivenes del mercado laboral y las crisis económicas, suelen tener efectos importantes en dichos ciclos.
En diversos foros, después haberme dedicado en los últimos quince años al estudio de la migración internacional, centrándome de vez en cuando en las remesas, he planteado la necesidad de repensar su potencial en el desarrollo local y nacional. Es necesario revertir la idea de que sacarán al país del subdesarrollo.
Por supuesto que las remesas tienen un impacto positivo en la balanza de pagos, pero sobre todo en el bienestar local y las familias en las localidades de origen de los migrantes. En 150 años de historia migratoria, han financiado alimentación, educación, salud, vivienda y, en general, colectividades y familias han superado historias de marginación y precariedad.
Michoacán tiene una historia contradictoria con la migración, las remesas y el desarrollo. Durante años, miles de migrantes han salido de nuestro estado con rumbo a la Unión Americana; muchos se han quedado en el norte, otros elaboraron un patrón migratorio temporal y de retorno según los ciclos del mercado laboral de ese país.
Esta situación, también ha implicado una dependencia extrema hacia las remesas. Poco más del 10 por ciento del total de los hogares michoacanos tiene en las remesas su principal ingreso, por lo que el impacto de las crisis económicas resulta en golpes importantes entre las familias de los emigrantes y en sus localidades de origen.
Lo anterior se refleja en el consumo, la vivienda, la salud, la educación y las pequeñas inversiones en las labores del campo. La reducción en los montos de los envíos así como su frecuencia, tienden a paralizar la construcción, el gasto en alimentos, salud, etcétera. También afecta las inversiones que los migrantes generosos destinan a sus localidades.
Buena parte de la urbanización de cientos de comunidades rurales y asentamientos de las cabeceras municipales, es producto de las remesas colectivas. El programa 3x1 institucionalizó una conducta históricamente arraigada entre familias y pueblos migrantes, lo que ha beneficiado a las localidades en los últimos diez años con más celeridad.
Con todo, la urbanización de los entornos rurales dista mucho de implicar desarrollo. Hay cambios fundamentales en la portada rural; se beneficia a las colectividades con plazas, iglesias, jardines, caminos, escuelas, pero la marginación, la precariedad laboral y las condiciones que originan la emigración continúan reproduciéndose.
Hasta ahora, el programa 3x1 y los diversos fondos que se han diseñado para favorecer a las familias y pueblos migrantes, han paliado las situaciones que originan la migración, pero no han acabado con ellas. Todas estas acciones son valiosas y han generado bienestar, pero no desarrollo. Son políticas públicas parciales.
Todos estos beneficios están sujetos a los ciclos que sujetan a las remesas a los vaivenes del mercado laboral estadounidense y, en épocas de crisis, como la debacle de las hipotecas en 2008-2009, las familias y localidades recienten las implicaciones de un proceso migratorio fuerte, históricamente arraigado, pero vulnerable.
Actualmente, unos dos millones de michoacanos y personas de origen michoacano residen en Estados Unidos. Esta cifra está muy alejada de las fantasiosas y politiqueras cuentas de los 3.5, 4 y hasta 8 millones que algunos académicos, funcionarios y líderes migrantes manejan. Hay que consultar las fuentes, escasas, pero serias, y evitar inventar números.
No todos estos michoacanos y personas de origen michoacano contribuyen al bienestar de las familias y localidades de origen de los migrantes. Las generaciones de hombres, familias y mujeres que nacieron en Michoacán, son quienes mueven la sociedad transnacional y binacional que históricamente se fue construyendo en el siglo pasado.
Las generaciones de origen michoacano, nacidas en Estados Unidos o legalizadas en diversos momentos, conocen y tienen cierta nostalgia por la tierra de sus padres y abuelos, pero están en proceso de integración a la sociedad estadounidense. También han hecho mucho por este estado, pero bienestar no equivale a desarrollo.
Esta es una parte de la historia ambivalente y contradictoria de la migración michoacana y mexicana a Estados Unidos. Es obvio e importante que los gobiernos locales, estatales y el nacional orienten y diseñen acciones y políticas públicas a favor de la diáspora, pero es necesario también dejar de suponer que las remesas nos sacarán del subdesarrollo.
Ningún país, incluso hasta los que envían mano de obra regulada por algunos programas de trabajadores huéspedes, que tampoco son la panacea, a algunas naciones desarrolladas, han salido del subdesarrollo. Los ejemplos visibles son Filipinas y diversos países de África. Hay bienestar y beneficios locales y familiares, pero el subdesarrollo sigue.
El potencial de las remesas es limitado; aún más en situaciones en las que las políticas económicas macro están muy alejadas del desarrollo local y regional. El desarrollo endógeno no fructifica en contextos de marginación, relativo aislamiento geográfico, ausencia de infraestructura y mercados dinámicos internos y externos.
A nadie debe sorprender la caída en la recepción de las remesas; el comportamiento de estas transferencias está condicionado por ciertos ciclos, tanto económicos como socioculturales. Igualmente, las crisis cíclicas del capitalismo tienen un fuerte impacto, además de los vaivenes de los mercados laborales.