miércoles, 19 de enero de 2011

Repensar la migración

Nuestra comprensión del proceso migratorio entre México y Estados Unidos, requiere un cambio de parámetros. Desde hace más de una década, se comenzó a construir la idea de que la migración debe ser palanca del desarrollo de los países de origen de los migrantes. El supuesto modelo de desarrollo remesero está hoy desfondado.
Sin duda, la migración internacional, por medio de los ingresos de los migrantes, las remesas que en los hechos equivalen al salario que reciben por vender su fuerza de trabajo en el extranjero y no son transferencias de divisas como las califican muchos economistas, ha contribuido al bienestar familiar y local, pero el desarrollo aun está lejos.
La estrategia del desarrollo local, regional y nacional no puede seguir descansando en discursos y acciones limitadas que no transforman las condiciones profundas que generan la migración y están relacionadas con la precariedad y la pobreza. Es notable el cambio en el bienestar y la portada rural de muchas localidades, pero la migración continua.
En este sentido, la retórica de la migración como palanca de desarrollo requiere una redefinición gubernamental, mientras que los usos que algunos grupos “ciudadanos” le dan a esa idea, surgidos para captar recursos públicos enarbolándola sin sustento empírico, necesitan un serio replanteamiento.
La historicidad del fenómeno migratorio de más de una centuria, la vecindad y relación bilateral entre México y Estados Unidos, la dependencia económica, han generado también la idea de que la mano de obra mexicana es indispensable para la economía estadounidense. Nada más falso. Los mexicanos son necesarios, pero desechables.
Por supuesto que la cercanía importa, pues abarata la mano de obra mexicana; además, el carácter indocumentado de 11 millones de migrantes es favorable a los patrones, la economía y al mismo gobierno estadounidense. Pero esta fuerza laboral podría ser suplida con otros pobres del mundo, quizás a altos costos y con otras implicaciones.
La migración mexicana es mayoritaria respecto a otros grupos latinoamericanos, pero no porque se le prefiera sino por geopolítica. Entre 1942 y 1964 el Programa Bracero reguló la demanda y oferta laboral, pero al cesar, la emigración indocumentada creció; y en 1986 se buscó regularla de nuevo con la “amnistía” o Ley Simpson-Rodino (IRCA).
El proceso migratorio es vulnerable y está condicionado por los ciclos de la economía global. La recesión que todavía no termina, acicateada por la crisis de las hipotecas de Estados Unidos, derrumbó el mito de la estabilidad de las remesas y mostró que ninguna política pública puede depender del salario de los migrantes.
Además, las remesas no pueden seguir siendo pensadas como si fueran recursos públicos; son los salarios de los migrantes, de ellos dependen el bienestar de sus familias y la reproducción de su fuerza de trabajo. Las remesas colectivas son muy importantes a nivel local, pero su fluidez depende de decisiones que no son públicas, sino privadas.
El 3x1 es uno de los fondos de recursos más innovadores y modernos; estimula la participación cívica, promueve la organización de los migrantes en el exterior y en las localidades de origen, contribuye al bienestar colectivo, refuerza y expande la filantropía migrante, y reproduce simbólica y culturalmente el proceso migratorio.
Sin embargo, no puede ser pensado como un flujo permanente de recursos para suplir la ausencia y el abandono gubernamental, pues depende de los ingresos de los migrantes, el empleo de los mismos, la capacidad de ahorro, la organización y participación cívica de la diáspora, y el interés individual y colectivo de los migrantes en su terruño.
En muchos casos, el interés por ser factor de decisiones a nivel local, la permanencia de la familia de origen y el mito del retorno, han favorecido la operación del 3x1, pero apenas estamos estudiando a los hijos de los migrantes de la tercera y cuarta generaciones, quienes se están integrando a la sociedad estadounidense de manera irreversible.
La globalización no es únicamente un proceso económico. Ha reestructurado el mundo en sus múltiples dimensiones, desregulando el intercambio comercial, el capital y la mano de obra. El problema es que ha profundizado la desigualdad y la pobreza, lanzando al 3 por ciento de la población mundial a un proceso migratorio que asusta al mundo desarrollado.
De ahí que muchos países de destino busquen restringir y regular la migración mundial. La mano de obra del migrante internacional es necesaria para revalorar el capital, pero ni los gobiernos ni las sociedades del mundo desarrollado desean que los migrantes permanezcan en sus naciones. Por eso son necesarios e indeseables a la vez.
Es claro que la discriminación y el racismo están presentes. En los últimos diez años, los mexicanos en Estados Unidos pasaron de la clandestinidad a la visibilidad al dispersarse por toda la Unión Americana, alterando la relación entre blancos anglosajones y negros en algunas regiones. Aunque su trabajo es necesario no desean que se queden entre ellos.
Y este es otro elemento a considerar. La migración de retorno se ha estado convirtiendo en un mito. Las restricciones, el aumento del riesgo migratorio, la política inmigratoria, la inseguridad, favorecen la permanencia de los migrantes y la reunificación familiar en los países de destino, haciendo el proceso migratorio más difícil para todos.
La migración tiene una motivación económica y la expectativa es cambiar las condiciones de precariedad y pobreza que siguen presentes en muchas localidades. Acceden a la migración internacional quienes forman parte de redes sociales maduras y tienen acceso a recursos para pagar el costo de migrar; no migran los pobres en extremo e indigentes.
Sin duda, la expectativa económica y cultural, además de la consolidación de un sistema migratorio transnacional y binacional, con más de 150 años operando, se conjugan con los rezagos, la precariedad laboral, la marginación, la inseguridad, la falta de oportunidades, las crisis agrícolas, la pobreza, para seguir alimentando la migración internacional.
La migración en México y Michoacán sigue siendo predominantemente rural. La urbanización es un proceso irreversible, pero en el medio rural las condiciones en que viven millones de mexicanos siguen empeorando. Unos, quizás los más pobres y sin redes sociales internacionales, arriban a las ciudades, los más se van a Estados Unidos.
Y este es otro elemento para repensar la migración. La migración interna se ha intensificado. Mientras los migrantes internacionales vacían sus pueblos, los internos llegan a las regiones de agricultura intensiva a trabajar y suplir la mano de obra. Asimismo, otros contingentes llegan a las ciudades huyendo de la precariedad y la violencia.
Por ello, ninguna política migratoria puede seguir promoviendo la atención a la diáspora, mientras la migración interna se intensifica. Tampoco se puede seguir ignorando la transmigración. Una política pública integral tiene que ir más allá de los movimientos migratorios internacionales, para conectar los diferentes flujos.
Seguir ignorando las realidades actuales de la migración externa e interna, es alimentar el juego perverso de las mafias, el abuso a los derechos humanos, el tráfico de personas. Hoy la migración y la delincuencia están imbricadas, y quizás sean el reto más importante que enfrenten los Estados-nación de la globalización.