sábado, 29 de septiembre de 2012

La esquizofrenia migratoria

En 2010, con estadísticas estadounidenses y mexicanas, se sobredimensionó lo que entonces algunos académicos, pero sobre todo funcionarios mexicanos, celebraron como la migración cero; es decir, el aparente fin de la migración mexicana después de más de cuarenta años de este fenómeno masivo.
Indudablemente, el balance entre inmigración y emigración en nuestro país, corroborado con datos que en Estados Unidos documentaron una tendencia al descenso de la inmigración mexicana a partir de 2007, daba cuenta de un importante impasse.
De 400 mil emigrantes que en los años previos fueron calculados, se pasó a 150 mil anuales. Era, por supuesto, una inquietante noticia, pero se equivocó el diagnóstico sobre las causas de dicho impasse. La supuesta mejoría económica parecía marcar ese descenso y se auguraba su fin.
Con todo, de la euforia se pasó al reconocimiento de que la política inmigratoria estadounidense (detenciones en la frontera y más allá de ésta), la debacle económica de 2008-2009 (pérdidas de empleo), que en realidad no termina, y un sostenido clima antiinmigrante, eran los hechos más significativos.
En cerca de dos años, después de la euforia de las estadísticas cero, se han registrado deportaciones masivas (más del 70 por ciento, inmigrantes mexicanos), aumento de la migración de retorno, alza en los costos para migrar, alta vulnerabilidad de los migrantes, abusos por doquier, discriminación.
Como parte de la historia de estos últimos doce años, el gobierno mexicano prácticamente se plegó a la agenda estadounidense: convirtió en política gubernamental lo que eufemísticamente llama “repatriación voluntaria o humanitaria”, además de intentar detener la transmigración.
En Estados Unidos, la inmigración es un asunto estrictamente doméstico; en nuestro país ha pasado de un importante programa Bracero (1942-1964), a la indiferencia hacia la migración masiva, el reconocimiento de la diáspora (mediados de los 90 y primera década del siglo) a un esquizofrénico desdén.
Al plegarse a la política inmigratoria estadounidense, la cual identifica la migración como potencialmente terrorista, el gobierno mexicano acogió la estrategia de ese país como propia, dándole una escala geopolítica de incalculables consecuencias.
La esquizofrenia migratoria, delinea contradictoriamente una política que favorece programas como el 3x1; atención a mexicanos que regresan a México en ciertas fechas (Bienvenido Paisano) y la deportación masiva de mexicanos, muchos de los cuales tenían al menos diez años sin volver a su país.
El problema con las deportaciones masivas, que nada tienen de “voluntarias”, y el aumento de la migración de retorno, es que, a pesar de las evidencias de la migración cero, nada se hizo que prevea la reinserción de miles de mexicanos, hombres y mujeres adultos, niños y adolescentes, a nivel local.
Durante los aciagos meses de la crisis de las hipotecas (2008-2009), funcionarios y algunos académicos supusieron un retorno masivo de mexicanos por el desempleo, lo que no sucedió, aunque a la postre este proceso se fue concretando con las deportaciones masivas “pactadas”.
Ambos escenarios, entre la alarma y la euforia, alentaron la esquizofrenia migratoria, pero no dieron paso a políticas públicas que mitigaran las implicaciones de la reinserción de miles de mexicanos: hombres y mujeres desempleados, niños y adolescentes en escuelas públicas.
Un aspecto esencial de la emigración mexicana ha sido la inversión en vivienda y las localidades de origen, llevando cierto bienestar colectivo y seguridad a las familias. Muchos repatriados tienen donde vivir, sin pagar rentas o hipotecas, mientras vislumbran su reinserción o regreso a Estados Unidos.
Sin embargo, la urbanización de miles de comunidades rurales y las limitadas inversiones en cierto tipo de negocio, están lejos de sacar a las localidades de origen de los migrantes del atraso y la marginación. En general, se reproducen las condiciones que dieron pie a la emigración originaria.
Por ello, la reinserción de los repatriados, además de dolorosa en algunos casos, pues provocó la ruptura familiar, no ofrece alternativas que reduzcan el impacto emocional, lo que aunado a la falta de empleos produce cuadros de depresión, aislamiento y shock cultural.
Acorde con estadísticas relevantes estadounidenses, entre los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, un 30 por ciento o más ha estado fuera de México al menos de cinco a diez años. En la última década, esos inmigrantes se llevaron hijos y esposas, además de que se reprodujeron en ese país.
Son familias de inmigrantes donde incluso un miembro puede estar residiendo legalmente en esa nación y otros son indocumentados. Las redadas en los sitios de trabajo y en las calles en diversas ciudades estadounidenses, están nutriendo la repatriación, además de fracturar a miles de familias.
En México, mientras tanto crece la violencia delincuencial y la vulnerabilidad de la población; aumentan los desplazados; campea el desempleo; se afianza la criminalización de los jóvenes; los sistemas de salud y educación pública se colapsan, y prevalece el caos y la esquizofrenia.
Hace diez años, la ruptura del tejido social fue tema de campañas políticas, pero se promovió una política clientelar hacia la diáspora mexicana; se desperdiciaron millones de pesos en atraer el voto migrante; se privilegiaron las remesas como salvadoras del país, y la vida comunitaria y colectiva colapsó.
Ante tal colapso, la delincuencia organizada ha penetrado de raíz miles de comunidades y localidades, sustituyendo al Estado y las políticas públicas gubernamentales. Hoy hemos identificado territorios dominados por uno u otro grupo, decididos a subvertir el orden público y social.
En 12 años, el panismo gobernante abandonó sus ideales cristianos y se atrincheró en Los Pinos, dando paso, en el caso de la migración mexicana, a la esquizofrenia que promueve el desdén y el olvido de miles de repatriados mexicanos, además de convertir en propia la agenda de Estados Unidos.