En los últimos
dos meses, las remesas provenientes principalmente de Estados Unidos, parte del
salario que los inmigrantes de origen mexicano reciben por vender su fuerza de trabajo
en ese país, sufrieron una baja considerable. En opinión de algunos analistas,
la caída de 11.6 por ciento en agosto parece una debacle de incalculables consecuencias.
Acorde con el
Banco de México, desde el primer trimestre del año pasado no se observaba esta
tendencia. En pesos corrientes, descontando la inflación, la disminución se
ubicó arriba del 8 por ciento. Esto tiene que ver con la apreciación del peso
respecto al dólar, lo que implica que los receptores de remesas reciban menos
pesos por dólares enviados.
Si bien el
número de operaciones tuvo una caída marginal (0.6 por ciento), en términos
anuales la remesa promedio cayó 10.6 por ciento (303.91 dólares), lo que
implica que un buen número de inmigrantes han tenido que reducir el monto de lo
que envían a su familias y localidades de origen.
Detrás de esta
caída, está la débil recuperación de la economía estadounidense; hecho que
implica menos empleos, sobre todo en la construcción, esparcimiento y
hostelería, comercio y manufacturas, sectores donde se ubica preponderantemente
la mano de obra mexicana inmigrante. Y esta tendencia podría extenderse en lo
que resta del año.
Las remesas, en
cuanto ingresos de los inmigrantes que venden su fuerza de trabajo, son
cíclicas; su frecuencia y montos dependen de las condiciones económicas en el
país receptor de trabajadores migratorios. Los vaivenes del mercado laboral y
las crisis económicas, suelen tener efectos importantes en dichos ciclos.
En diversos
foros, después haberme dedicado en los últimos quince años al estudio de la
migración internacional, centrándome de vez en cuando en las remesas, he
planteado la necesidad de repensar su potencial en el desarrollo local y
nacional. Es necesario revertir la idea de que sacarán al país del
subdesarrollo.
Por supuesto que
las remesas tienen un impacto positivo en la balanza de pagos, pero sobre todo
en el bienestar local y las familias en las localidades de origen de los
migrantes. En 150 años de historia migratoria, han financiado alimentación,
educación, salud, vivienda y, en general, colectividades y familias han
superado historias de marginación y precariedad.
Michoacán tiene
una historia contradictoria con la migración, las remesas y el desarrollo.
Durante años, miles de migrantes han salido de nuestro estado con rumbo a la
Unión Americana; muchos se han quedado en el norte, otros elaboraron un patrón
migratorio temporal y de retorno según los ciclos del mercado laboral de ese
país.
Esta situación,
también ha implicado una dependencia extrema hacia las remesas. Poco más del 10
por ciento del total de los hogares michoacanos tiene en las remesas su
principal ingreso, por lo que el impacto de las crisis económicas resulta en
golpes importantes entre las familias de los emigrantes y en sus localidades de
origen.
Lo anterior se
refleja en el consumo, la vivienda, la salud, la educación y las pequeñas
inversiones en las labores del campo. La reducción en los montos de los envíos
así como su frecuencia, tienden a paralizar la construcción, el gasto en
alimentos, salud, etcétera. También afecta las inversiones que los migrantes
generosos destinan a sus localidades.
Buena parte de
la urbanización de cientos de comunidades rurales y asentamientos de las
cabeceras municipales, es producto de las remesas colectivas. El programa 3x1
institucionalizó una conducta históricamente arraigada entre familias y pueblos
migrantes, lo que ha beneficiado a las localidades en los últimos diez años con
más celeridad.
Con todo, la
urbanización de los entornos rurales dista mucho de implicar desarrollo. Hay
cambios fundamentales en la portada rural; se beneficia a las colectividades
con plazas, iglesias, jardines, caminos, escuelas, pero la marginación, la
precariedad laboral y las condiciones que originan la emigración continúan
reproduciéndose.
Hasta ahora, el
programa 3x1 y los diversos fondos que se han diseñado para favorecer a las
familias y pueblos migrantes, han paliado las situaciones que originan la
migración, pero no han acabado con ellas. Todas estas acciones son valiosas y
han generado bienestar, pero no desarrollo. Son políticas públicas parciales.
Todos estos
beneficios están sujetos a los ciclos que sujetan a las remesas a los vaivenes
del mercado laboral estadounidense y, en épocas de crisis, como la debacle de
las hipotecas en 2008-2009, las familias y localidades recienten las
implicaciones de un proceso migratorio fuerte, históricamente arraigado, pero
vulnerable.
Actualmente,
unos dos millones de michoacanos y personas de origen michoacano residen en
Estados Unidos. Esta cifra está muy alejada de las fantasiosas y politiqueras
cuentas de los 3.5, 4 y hasta 8 millones que algunos académicos, funcionarios y
líderes migrantes manejan. Hay que consultar las fuentes, escasas, pero serias,
y evitar inventar números.
No todos estos
michoacanos y personas de origen michoacano contribuyen al bienestar de las
familias y localidades de origen de los migrantes. Las generaciones de hombres,
familias y mujeres que nacieron en Michoacán, son quienes mueven la sociedad
transnacional y binacional que históricamente se fue construyendo en el siglo
pasado.
Las generaciones
de origen michoacano, nacidas en Estados Unidos o legalizadas en diversos
momentos, conocen y tienen cierta nostalgia por la tierra de sus padres y
abuelos, pero están en proceso de integración a la sociedad estadounidense.
También han hecho mucho por este estado, pero bienestar no equivale a
desarrollo.
Esta es una
parte de la historia ambivalente y contradictoria de la migración michoacana y
mexicana a Estados Unidos. Es obvio e importante que los gobiernos locales,
estatales y el nacional orienten y diseñen acciones y políticas públicas a
favor de la diáspora, pero es necesario también dejar de suponer que las
remesas nos sacarán del subdesarrollo.
Ningún país,
incluso hasta los que envían mano de obra regulada por algunos programas de
trabajadores huéspedes, que tampoco son la panacea, a algunas naciones
desarrolladas, han salido del subdesarrollo. Los ejemplos visibles son
Filipinas y diversos países de África. Hay bienestar y beneficios locales y
familiares, pero el subdesarrollo sigue.
El potencial de
las remesas es limitado; aún más en situaciones en las que las políticas
económicas macro están muy alejadas del desarrollo local y regional. El
desarrollo endógeno no fructifica en contextos de marginación, relativo
aislamiento geográfico, ausencia de infraestructura y mercados dinámicos
internos y externos.
A nadie debe
sorprender la caída en la recepción de las remesas; el comportamiento de estas
transferencias está condicionado por ciertos ciclos, tanto económicos como
socioculturales. Igualmente, las crisis cíclicas del capitalismo tienen un
fuerte impacto, además de los vaivenes de los mercados laborales.