viernes, 5 de octubre de 2012

Remesas, crisis y subdesarrollo



En los últimos dos meses, las remesas provenientes principalmente de Estados Unidos, parte del salario que los inmigrantes de origen mexicano reciben por vender su fuerza de trabajo en ese país, sufrieron una baja considerable. En opinión de algunos analistas, la caída de 11.6 por ciento en agosto parece una debacle de incalculables consecuencias.
Acorde con el Banco de México, desde el primer trimestre del año pasado no se observaba esta tendencia. En pesos corrientes, descontando la inflación, la disminución se ubicó arriba del 8 por ciento. Esto tiene que ver con la apreciación del peso respecto al dólar, lo que implica que los receptores de remesas reciban menos pesos por dólares enviados.
Si bien el número de operaciones tuvo una caída marginal (0.6 por ciento), en términos anuales la remesa promedio cayó 10.6 por ciento (303.91 dólares), lo que implica que un buen número de inmigrantes han tenido que reducir el monto de lo que envían a su familias y localidades de origen.
Detrás de esta caída, está la débil recuperación de la economía estadounidense; hecho que implica menos empleos, sobre todo en la construcción, esparcimiento y hostelería, comercio y manufacturas, sectores donde se ubica preponderantemente la mano de obra mexicana inmigrante. Y esta tendencia podría extenderse en lo que resta del año.
Las remesas, en cuanto ingresos de los inmigrantes que venden su fuerza de trabajo, son cíclicas; su frecuencia y montos dependen de las condiciones económicas en el país receptor de trabajadores migratorios. Los vaivenes del mercado laboral y las crisis económicas, suelen tener efectos importantes en dichos ciclos.
En diversos foros, después haberme dedicado en los últimos quince años al estudio de la migración internacional, centrándome de vez en cuando en las remesas, he planteado la necesidad de repensar su potencial en el desarrollo local y nacional. Es necesario revertir la idea de que sacarán al país del subdesarrollo.
Por supuesto que las remesas tienen un impacto positivo en la balanza de pagos, pero sobre todo en el bienestar local y las familias en las localidades de origen de los migrantes. En 150 años de historia migratoria, han financiado alimentación, educación, salud, vivienda y, en general, colectividades y familias han superado historias de marginación y precariedad.
Michoacán tiene una historia contradictoria con la migración, las remesas y el desarrollo. Durante años, miles de migrantes han salido de nuestro estado con rumbo a la Unión Americana; muchos se han quedado en el norte, otros elaboraron un patrón migratorio temporal y de retorno según los ciclos del mercado laboral de ese país.
Esta situación, también ha implicado una dependencia extrema hacia las remesas. Poco más del 10 por ciento del total de los hogares michoacanos tiene en las remesas su principal ingreso, por lo que el impacto de las crisis económicas resulta en golpes importantes entre las familias de los emigrantes y en sus localidades de origen.
Lo anterior se refleja en el consumo, la vivienda, la salud, la educación y las pequeñas inversiones en las labores del campo. La reducción en los montos de los envíos así como su frecuencia, tienden a paralizar la construcción, el gasto en alimentos, salud, etcétera. También afecta las inversiones que los migrantes generosos destinan a sus localidades.
Buena parte de la urbanización de cientos de comunidades rurales y asentamientos de las cabeceras municipales, es producto de las remesas colectivas. El programa 3x1 institucionalizó una conducta históricamente arraigada entre familias y pueblos migrantes, lo que ha beneficiado a las localidades en los últimos diez años con más celeridad.
Con todo, la urbanización de los entornos rurales dista mucho de implicar desarrollo. Hay cambios fundamentales en la portada rural; se beneficia a las colectividades con plazas, iglesias, jardines, caminos, escuelas, pero la marginación, la precariedad laboral y las condiciones que originan la emigración continúan reproduciéndose.
Hasta ahora, el programa 3x1 y los diversos fondos que se han diseñado para favorecer a las familias y pueblos migrantes, han paliado las situaciones que originan la migración, pero no han acabado con ellas. Todas estas acciones son valiosas y han generado bienestar, pero no desarrollo. Son políticas públicas parciales.
Todos estos beneficios están sujetos a los ciclos que sujetan a las remesas a los vaivenes del mercado laboral estadounidense y, en épocas de crisis, como la debacle de las hipotecas en 2008-2009, las familias y localidades recienten las implicaciones de un proceso migratorio fuerte, históricamente arraigado, pero vulnerable.
Actualmente, unos dos millones de michoacanos y personas de origen michoacano residen en Estados Unidos. Esta cifra está muy alejada de las fantasiosas y politiqueras cuentas de los 3.5, 4 y hasta 8 millones que algunos académicos, funcionarios y líderes migrantes manejan. Hay que consultar las fuentes, escasas, pero serias, y evitar inventar números.
No todos estos michoacanos y personas de origen michoacano contribuyen al bienestar de las familias y localidades de origen de los migrantes. Las generaciones de hombres, familias y mujeres que nacieron en Michoacán, son quienes mueven la sociedad transnacional y binacional que históricamente se fue construyendo en el siglo pasado.
Las generaciones de origen michoacano, nacidas en Estados Unidos o legalizadas en diversos momentos, conocen y tienen cierta nostalgia por la tierra de sus padres y abuelos, pero están en proceso de integración a la sociedad estadounidense. También han hecho mucho por este estado, pero bienestar no equivale a desarrollo.
Esta es una parte de la historia ambivalente y contradictoria de la migración michoacana y mexicana a Estados Unidos. Es obvio e importante que los gobiernos locales, estatales y el nacional orienten y diseñen acciones y políticas públicas a favor de la diáspora, pero es necesario también dejar de suponer que las remesas nos sacarán del subdesarrollo.
Ningún país, incluso hasta los que envían mano de obra regulada por algunos programas de trabajadores huéspedes, que tampoco son la panacea, a algunas naciones desarrolladas, han salido del subdesarrollo. Los ejemplos visibles son Filipinas y diversos países de África. Hay bienestar y beneficios locales y familiares, pero el subdesarrollo sigue.
El potencial de las remesas es limitado; aún más en situaciones en las que las políticas económicas macro están muy alejadas del desarrollo local y regional. El desarrollo endógeno no fructifica en contextos de marginación, relativo aislamiento geográfico, ausencia de infraestructura y mercados dinámicos internos y externos.
A nadie debe sorprender la caída en la recepción de las remesas; el comportamiento de estas transferencias está condicionado por ciertos ciclos, tanto económicos como socioculturales. Igualmente, las crisis cíclicas del capitalismo tienen un fuerte impacto, además de los vaivenes de los mercados laborales.