La migración mexicana a Estados
Unidos presenta actualmente variados contrastes. Como se muestra en el reciente
informe del BBVA Bancomer (Situación migración México, noviembre 2012), la
selectividad, segmentación de los mercados laborales y la calificación de los
mexicanos, juegan un importante papel en el centenario proceso migratorio.
Esta situación es parte de la
historia migratoria a Estados Unidos. En diferentes momentos históricos, la
selectividad ha definido los flujos mayoritarios de emigrantes mexicanos que se
insertan en los mercados laborales estadounidenses. A pesar de los cambios en
perfiles, patrones y modelos migratorios, se requiere un cierto tipo de
trabajadores migratorios.
Así como históricamente a los
mexicanos se les ha considerado mano de obra y no necesariamente migrantes, las
políticas migratorias, explícitas o implícitas, tanto de Estados Unidos como en
México, impulsan la salida y recepción de trabajadores cuya baja calificación
es fundamental. Y ese es el papel de los mexicanos.
La mayoría de los mexicanos se
insertan en mercados laborales segmentados en los que no se requiere mayor
calificación. El estudio de BBVA Bancomer es elocuente. Además de tener los
menores niveles de escolaridad, perciben los salarios más bajos; y ocupan
puestos de trabajo necesarios, pero ubicados en los últimos niveles de la
estructura económica.
Adicionalmente, el empleo de los
migrantes mexicanos está desvinculado de los demás grupos latinos. Mientras
estos últimos han ido recuperando los puestos de trabajo que perdieron durante
la recesión, los mexicanos se encuentran por debajo de los niveles anteriores.
Esta situación está marcada por las acciones antiinmigrantes.
El impacto de la ley SB1070 ha
sido de largo alcance. Su contribución al clima antiinmigrante es innegable;
desató una cacería en contra de los inmigrantes mexicanos en particular.
Recordemos que de los inmigrantes indocumentados, el 60 por ciento son
mexicanos, y más del 50 por ciento de los mexicanos son indocumentados.
A la selectividad, la
segmentación de los mercados laborales y la baja calificación laboral, se suma
la discriminación, en un contexto en el que la racialización define la
inserción en la sociedad estadounidense. Las estrategias históricamente
emprendidas por los inmigrantes mexicanos para adaptarse a la adversidad, hoy
enfrentan mayores retos.
Esta situación tiene diversos
impactos, como es el caso de las remesas. De seguir las tendencias recientes,
su recepción se ubicaría por debajo de la cifra de 2011. A nivel familiar y
local es donde su baja se reciente más. Su gasto en alimentación, salud,
educación, vivienda, entre los más importantes, se contrae de modo particular.
Por ello, como he insistido en
diversos foros, ninguna política pública puede basarse en la recepción de las
remesas. Son los ingresos que los migrantes obtienen por la venta de su fuerza
de trabajo; primordialmente, son para llevar bienestar individual y colectivo a
las familias y localidades de origen de los migrantes.
En el caso de los mexicanos, el
llamado “problema” migratorio tiene implicaciones que van más allá de lo
estrictamente económico y laboral. Como lo sugerí en una pasada entrega y en un
foro académico, los inmigrantes mexicanos no son absolutamente necesarios.
Estados Unidos demanda fuerza laboral calificada, no la encuentra entre los
mexicanos.
Lo anterior no significa que su
trabajo no sea importante e incluso necesario en algunos segmentos del mercado,
el problema es que la selectividad migratoria opera de maneras que favorecen la
reproducción de situaciones que implican la inserción de los mexicanos de modo
desventajoso respecto a otros grupos de latinos y otras minorías.
Este panorama debe llevarnos a la reflexión, no
solamente a los académicos, particularmente a los legisladores, funcionarios
públicos, tomadores de decisiones, en el sentido de repensar nuestras
percepciones y certezas sobre la migración México-Estados Unidos, para definir
tanto la relación con la diáspora como las políticas en su favor.