miércoles, 24 de noviembre de 2010

Migración y desarrollo

Paralelo al proceso de masificación de la migración internacional, la que hoy representa más de 200 millones de personas, 3 por ciento de la población mundial, varios organismos financieros y de desarrollo internacionales, junto con algunos académicos y gobiernos nacionales, vendieron la idea de la migración como palanca del desarrollo.
Sin embargo, en México como en otros países receptores de importantes volúmenes de remesas, la hipótesis está aún por ser probada empíricamente. A principios del presente siglo, el foxiato impulsó lo que hoy se conoce como programa 3x1, catalogado incluso como la primera política pública dirigida a la diáspora mexicana.
El hecho es que los recursos invertidos, que en conjunto provienen de cuatro fuentes (3 niveles de gobierno y los migrantes organizados), no consiguen aún articular un proceso que integre a miles de localidades de origen de los migrantes al desarrollo. Se urbanizan continuando la marginación, desigualdades y condiciones que expulsan a la gente.
Como parte de mi interés por cerca de quince años sobre la migración michoacana a Estados Unidos, he realizado trabajo de campo en localidades de añeja tradición histórica migratoria así como en poblaciones que se incorporaron en el último decenio al flujo migratorio. Hay cambios importantes, pero la migración continúa su marcha.
En diversas localidades de origen de los migrantes se han implementado acciones y proyectos bajo el esquema del 3x1. Calles, caminos vecinales, algunas carreteras, escuelas, becas, invernaderos, plazas, jardines públicos, alcantarillado, entre otros, han transformado la portada rural de esos pueblos, mientras las familias se aprestan a salir al norte.
Las familias y localidades de origen de los migrantes han cambiado. Las primeras ampliaron su consumo y bienestar en general; las segundas reflejan la generosidad de los migrantes, pero encontramos pueblos de mujeres solas, con hijos y adultos mayores, cuya dependencia de las remesas es dramática.
En algunas localidades esta dependencia es sobrellevada con el acceso, limitado, a algunos programas estatales y federales (Oportunidades, Adultos Mayores, Canasta Básica, entre otros). En el caso de la inversión pública, a pesar de su signo político, los CODECOS, han complementado positivamente el apoyo a familias y pueblos de migrantes.
Con todo, las limitaciones son evidentes: los caminos vecinales no suplen la falta de integración horizontal y vertical regional; en el caso de los invernaderos, alguno con cierto éxito, ofertan seis o siete empleos, precarios todos, que no suplen la demanda local y regional; las plazas públicas y calles dan una portada atractiva, pero no más.
La teoría, como algunos de los acérrimos defensores de los dictados de los organismos financieros y de desarrollo internacionales empiezan a reconocer, está fallando. Algo pasa. Parece ser que las remesas no son la panacea. La crisis global reciente demostró hasta la saciedad que entre migración y desarrollo no hay una relación unívoca.
Sin duda la migración, por medio de las remesas, ha hecho la diferencia en cientos de localidades michoacanas. Ante el abandono gubernamental, el uso político, la ausencia de programas, apoyos y condiciones para impulsar actividades económicas locales y regionales, y la falta de integración a los mercados, la migración ha sido positiva.
Pero seguir promoviendo la idea de la palanca del desarrollo, es desconocer el papel real del trabajo migrante en la globalización. Si la migración continua es porque el desarrollo local, regional y nacional es precario o de plano no existe. La gente migra por expectativas de mejora económica, y el mercado global requiere mano de obra de distinta calificación.
Los países desarrollados, las regiones económicamente dinámicas, alientan la inmigración a pesar de las políticas restrictivas vigentes. El problema es que los países desarrollados requieren mano de obra barata, pero se oponen a que los migrantes se asienten de manera permanente en sus territorios. Oferta y demanda.
El proceso migratorio internacional se comporta diferencialmente según las regiones y países de destino. El motivo del migrante es económico, aunque esté aderezado de situaciones históricas, tradicionales, familiares, de género. Tal es el caso de la región de Norteamérica, donde la emigración mexicana históricamente destaca.
Durante los pasados cien años, la migración mexicana a Estados Unidos creció y decreció al ritmo de la economía estadounidense y las necesidades del mercado laboral. De 1942 a 1964 el Programa Bracero reguló la movilidad humana; al finalizar aumentó la emigración indocumentada. La IRCA (1986) o “amnistía” pretendió regular el fenómeno de nuevo.
Entre 1990 y el presente decenio, la emigración mexicana cambio patrones y perfiles, además de masificarse. La IRCA, los mayores controles instaurados desde 1994 y reforzados después de los ataques terroristas de 2001 bajo el mandato de Bush, influyeron en ese cambio, pero las condiciones de expulsión en México se han agravado.
Los gobiernos priistas y panistas no han sacado del atolladero al país; en los últimos diez años la pobreza, exclusión y marginación se han profundizado; el tejido social está roto, y la inseguridad crece mientras la delincuencia organizada se apropia de amplias zonas, reflejando de manera dramática la ausencia gubernamental de un gobierno fallido.
A pesar de los anuncios mediáticos y las cifras “positivas”, internas y externas, la crisis global sigue golpeando a las mayorías. El desarrollo publicitado a través de la migración y las remesas no llega. La salida de mexicanos continúa, ahora también forzada por la inseguridad, pero el problema mayor es que la migración no genera desarrollo.
La migración internacional, con excepción de casos aislados en otros lugares del planeta que han cambiado ciertas condiciones de pobreza y marginación, pero no desarrollos nacionales plenos, presenta actualmente un panorama complejo: su intensidad crece y el número de personas involucradas también, además de arreciar los abusos y violaciones.
El rostro actual de la migración internacional es de abusos y violaciones a los derechos humanos; muy pocos creen que pueda ser sostenida como generadora de desarrollo. Históricamente la migración jamás ha sido palanca del desarrollo. Las evidencias de las migraciones de fines del siglo XIX y principios del XX son contundentes.
Sin duda los países hoy desarrollados son los beneficiarios de la inmigración, pero los países expulsores siguen debatiéndose entre pobreza y marginación de millones de sus habitantes, y la exclusión impulsada por las políticas neoliberales y la globalización. Las localidades de origen de los migrantes siguen preparando a su gente para migrar.
Esta digresión es una mirada a la realidad mexicana a cien años de la Revolución Mexicana, cuya conmemoración entre la parafernalia mediática y frívola oscurece que lo mucho por lo que se luchó sigue estando fuera del alcance de las mayorías. Los migrantes son parte de esos muchos que se van en busca de una expectativa distinta.