En Chile y en Argentina, el impacto de las dictaduras militares ha sido múltiple. No solo en esos queridos pueblos y países, sino en otros de Centroamérica y Sudamérica. Las secuelas de las dictaduras también han sido trágicas, desoladoras y mortales. Sin embargo, las dictaduras militares han tenido apoyos. No solo en los medios corporativos que las han impulsado, promovido y alentado, con la complicidad de Estados Unidos, como en Chile, Bolivia, Perú, sino entre las elites económicas y políticas adversas al progresismo y la izquierda. En videos y documentales son notables tres situaciones: la resistencia de los sectores populares ante el ataque de los militares, el apoyo de algunos sectores de clase media y elites a los golpistas, el papel de los medios corporativos a favor de los golpes de estado, y la intervención de Estados Unidos.
A pesar de las cruentas consecuencias de los golpes de estado y las
dictaduras, como las masacres de militantes y organizaciones de izquierda y
progresistas, las desapariciones, la persecución, el exilio, el secuestro de
niños y niñas, la cancelación de derechos fundamentales y la reorganización de
la vida de miles de familias que no pudieron o quisieron exiliarse, los
sectores que apoyaron las dictaduras normalizaron la situación y vieron sus
condiciones de vida favorecidas de algún modo. En la actualidad, descendientes
de esos grupos buscan justificar y normalizar la dictadura, sus consecuencias y
crueldades. En Chile, por ejemplo, hay un movimiento que pretende justificar la
dictadura de Pinochet como la “edad de oro” de ese país. Niega sus masacres y
repudia a sus víctimas, además de suponer que gracias a las masacres ese país
era mejor.
Entre las consultoras extranjeras, la banca internacional, los
organismos financieros, Chile sigue siendo el orgullo de la economía
neoliberal, pero sin mencionar o hacer parte de su evaluación economicista el
costo de las masacres perpetradas por la dictadura para que los Chicago Boys
triunfaran. Destacan el “milagro económico” en Latinoamérica, pero ignoran que
la privatización extrema de toda la vida social, económica, política, cultural,
creó una sociedad que en su momento repudió al asesino dictador Augusto
Pinochet pero que no acaba de tener una idea cabal de la democracia, pues
después de votar por un presidente progresista tibio, sin grandes expectativas
que defender a los represores y conceder que los represores tienen razón,
rechazan una constitución que da derechos a todos. Los chilenos educados
durante la dictadura del asesino Augusto Pinochet, y sus hijos e hijas,
defenderán, a pesar de las masacres, a los asesinos.
La derecha anticomunista, antiprogresista, antiizquierdista, está en pie
de guerra, buscando derrocar a gobiernos progresistas, electos
democráticamente, retornar al pasado reciente del capitalismo neoliberal
salvaje y normalizar a las dictaduras asesinas como hechos necesarios para
sostener formas de organización represivas y en contra de cuestionamientos a
sus conceptos patriarcales, de familia y relaciones entre las personas. Esta es
la gran tarea de la izquierda y el progresismo: concientizar a la población
sobre la extrema derecha y el fascismo. Si bien, una amplia mayoría de la población
es conservadora está vinculada a valores y creencias ancladas en las
religiones, al alentar su participación política, los partidos progresistas e
izquierdistas, los movimientos sociales de diverso signo, han sido capaces de
integrar a amplios sectores de la sociedad para participar, apoyar y defender
al progresismo, sin cambiar de manera radical las formas culturales e
ideológicas de esas poblaciones.