A Salvador Allende (1908-1973)
Chile, 50 años del golpe de estado, 11 de septiembre de 1973
En Guatemala, el recién electo presidente de ese país denuncia una
intentona golpista. En Colombia, el presidente Petro es presionado por sectores
golpistas. En Perú, persiste la espuria Boluarte, producto de un golpe de
estado contra el presidente Castillo, electo democráticamente por el pueblo
peruano. El 11 de septiembre se cumplieron 50 años del cruento golpe de estado
en Chile, donde fue asesinado el presidente de ese país, Salvador Allende,
electo democráticamente. Y no será suficiente recordar los golpes de estado en
Argentina, Brasil y otros países del cono sur. A la derecha fascista, aunque
llegue a la presidencia producto de una elección democrática, no le interesa la
democracia. Hará lo que sea para usurpar el poder, sin importarle las masacres
que perpetre. La llamada segunda ola progresista, con su matices nacionales y
locales, muestra la diversidad del progresismo y la izquierda latinoamericana, pero
no avanza sin obstáculos del fascismo latinoamericano apoyado por Estados
Unidos y sus agencias.
A diferencia de los golpistas, la izquierda y los progresistas
latinoamericanos del siglo XXI han llegado al poder vía elecciones
democráticas. Excepto algunos casos centroamericanos en la pasada centuria –El
Salvador, Nicaragua-, la democracia burguesa ha sido el principal medio e
instrumento para desafiar a las oligarquías y al intervencionismo
estadounidense. En Venezuela, por ejemplo, tanto Hugo Chávez como Nicolás
Maduro asumieron sus presidencias vía elecciones democráticas. Pero el acoso,
bloqueo e intervencionismo de Estados Unidos, como en el caso de Cuba, han
definido la marcha de ese país después de su revolución. Resalta en cada
proceso nacional y local, no solo el desprecio de las oligarquías a la
democracia, sino también los medios corporativos y el financiamiento de Estados
Unidos para derrocar a gobiernos democráticos, solo porque enarbolan políticas
progresistas y de izquierda. El fantasma del comunismo y el desprecio de ese
país sobresalen.
En este sentido, los métodos, instrumentos y justificaciones persisten,
como si la guerra fría del siglo pasado se hubiese estancado en América Latina,
en Estados Unidos y las derechas latinoamericanas, pues persiste la
justificación golpista para acabar con el “comunismo”. No bastó con la caída
del Muro de Berlín, menos con la disolución de la URSS, la balcanización de
Europa oriental y la derechización de países y pueblos del área oriental
europea. La guerra de Rusia contra Ucrania es buen ejemplo de un proceso que,
en los ochenta del siglo pasado, no solo sepultó el llamado “socialismo
realmente existente” sino también alentó el posicionamiento de la derecha, los
fascismos, los nacionalismos y diversos movimientos que actualmente dominan,
con algunas excepciones, todo el continente europeo. El fantasma del comunismo
en esa zona sucumbió, pero en la Unión Americana persiste como bandera para una
política interna que en realidad hace de los habitantes de América Latina
enemigos, si la izquierda y el progresismo avanza.
La doctrina Monroe –América para los americanos- y las políticas,
económica, de seguridad, relaciones bilaterales y multilaterales, fueron, en su
momento, la justificación imperialista para intervenir en América Latina y el
Caribe. De manera soterrada, por medio de las oligarquías locales, usando a los
medios corporativos como medios golpistas, comprando, ideológicamente a los
ejércitos latinoamericanos, interviniendo directamente con bases militares,
imponiendo políticas como la lucha antidrogas e invadiendo y apoderándose de
países y territorios, Estados Unidos ha promovido golpes de estado y el
sometimiento de los pueblos latinoamericanos y caribeños. A 50 años del golpe
de estado en Chile, es urgente no olvidar y detener a la derecha, la que no
solo añora tener el poder para aplastar a sus propios pueblos –el ejemplo de
hoy es Milei en Argentina- e imponer el odio clasista, racista, misógino,
homofóbico y patriarcal. Para la derecha fascista latinoamericana, no solo se
trata de que el estado no intervenga en sus mafias y saqueos, sino de avasallar
sociedades y pueblos para que el capitalismo salvaje arrase.
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