miércoles, 9 de febrero de 2011

Repensar la migración 2

En nuestra anterior comunicación, señalamos algunos aspectos del proceso migratorio internacional que se han ido convirtiendo en mitos, mientras se ignora lo que en las últimas semanas aparece repetidamente en los medios electrónicos e impresos: los secuestros, asesinatos y abusos a los migrantes.
También hemos observado cómo estos hechos se han convertido en diferendos diplomáticos mediáticos, con discursos que mediatizan y enredan los problemas sin avanzar en soluciones concretas. El “gobierno” mexicano está enfrascado en fabricar una imagen de país sin complicaciones, afirmando que todo es un asunto de percepciones.
Mientras la migración mexicana a Estados Unidos se transformaba en el complejo sistema transnacional y binacional actual, durante el último tercio del siglo XX nuestro territorio se afianzó como ruta transmigrante. Las dictaduras, los conflictos bélicos en Centroamérica, la intervención militar estadounidense en el área, empujaron la emigración.
En ese lapso, diversos estudiosos del fenómeno migratorio en nuestra frontera sur dieron cuenta de los flujos, intensidad y reiteradas violaciones a los derechos humanos de los migrantes. En Estados Unidos, algunos think tank de derecha nos reprocharon la situación ante el reclamo de respeto por los indocumentados mexicanos.
Dicha situación confirmó que México era país de origen, asiento y tránsito de migrantes, particularmente indocumentados. Pero a nivel gubernamental se ignoró la problemática, en tanto crecía la euforia por las remesas y el modelo de desarrollo que los organismos financieros y de desarrollo internacionales promovían.
El planteamiento presumía la supuesta estabilidad de las remesas, la imperiosa necesidad de canalizar los ingresos de los migrantes a inversiones productivas, y la velada idea de que la migración internacional era la palanca de desarrollo, para un país como el nuestro, en desarrollo y mercado emergente.
Sin embargo, la reciente recesión demostró la falsedad de tales tesis y dejó al descubierto lo que los gobiernos mexicano y estadounidense han pretendido ocultar: el abuso a los derechos humanos de los migrantes, tanto mexicanos como centroamericanos. Y en ambos países la situación no es nada halagüeña.
También, la recesión mostró que este problema no es privativo de nuestras sociedades, sino que es parte del complejo sistema migratorio mundial. Las mafias y la delincuencia organizada; los aparatos burocrático-policíacos, y los propios gobiernos apresurados en intentar regular los flujos migratorios indocumentados, promueven las violaciones.
Entonces, tenemos un sistema migratorio transnacional en el que circulan personas, objetos culturales, mercancías, dinero, entre otros elementos, que puede ser visto como positivo, y refuerza la globalización. Los migrantes que lo conforman no son los ciudadanos tradicionales de los Estados-nación, sino que trascienden fronteras y nacionalidades.
Pero este sistema también tiene aspectos negativos, ignorados por las agencias financieras y de desarrollo internacionales, y los gobiernos de los países de origen, destino y tránsito de migrantes: la imbricación de las mafias y la delincuencia organizada que lo ha convertido en negocio multimillonario de tráfico, secuestro y asesinato.
En México los transmigrantes no solamente son víctimas de la delincuencia, sino también de un aparato gubernamental corrupto y abusivo con vínculos interestatales, nacionales y transnacionales. Tanto en nuestro país como en Centroamérica se ubican las bandas de secuestradores y asesinos de migrantes, coludidos con las autoridades.
Sin duda, el aparato gubernamental corrupto, abusivo y coludido con la delincuencia organizada, no es un problema nuevo; es herencia del viejo régimen. Pero en estos diez años de panismo la situación se ha agravado y parece haberse vuelto inmanejable. Los abusos crecen, los asesinatos y desapariciones son más frecuentes.
Los últimos cambios a la Ley General de Población, norma que regula la movilidad humana en nuestro país, además de limitados, no enfrentan los problemas de la transmigración y sus vínculos con la delincuencia organizada y el aparato gubernamental corrupto. La normatividad internacional también es letra muerta.
Como vemos, la migración internacional no es únicamente un problema de países origen, destino y tránsito; tampoco es un problema de normas internacionales y nacionales; menos un asunto de regulación y nueva demarcación de fronteras. El crimen organizado juega un papel fundamental en la dinámica migratoria.
Pensar la migración únicamente en su potencial como palanca de desarrollo oscurece los problemas de la movilidad humana. Como Rolando Cordera señala, la migración masiva obedece a la ausencia de desarrollo, empleo, justicia y civilidad (La Jornada, 21/01/11). La migración ya no es solamente respuesta a la precariedad y la pobreza.
La globalización transformó la movilidad humana. De expectativa de una vida diferente, la convirtió en escape al abuso, la injusticia, el desempleo y la antidemocracia. La exclusión económica, social, cultural y política promovida por la globalización, alienta también el accionar de las mafias y la delincuencia organizada.
Por ello insisto en la necesidad de repensar la migración y su papel en la vida local, regional y nacional. La propaganda gubernamental insiste en acciones y programas que ni siquiera llegan a políticas públicas, que se han convertido en nuevos alientos clientelares e insiste en la integralidad de una política hacia las diásporas.
Sin embargo, cuando se habla de integralidad únicamente se define programáticamente y respecto a la emigración internacional, se sigue ignorando el problema de la inseguridad, el abuso y las violaciones a los derechos humanos. Migrar es un derecho, y en tiempos de acendrada exclusión e inseguridad, es también un gran riesgo.
Finalmente, para frenar los abusos a los indocumentados mexicanos en Estados Unidos, es necesario replantear la relación bilateral. La migración como problema compete a ambos países y su criminalización agrava la situación de los migrantes y hace más vulnerable el sistema migratorio transnacional y binacional.
La migración no es la panacea y no va a sacar a este país del subdesarrollo. Los ingresos de los migrantes apenas sirven para paliar el bienestar de sus familias de origen y resolver algunos problemas urgentes de las localidades de origen de los migrantes, producto del abandono gubernamental, y agravados por la inseguridad.