miércoles, 13 de enero de 2010

Percepciones y realidades

“Eyes wide shut” (1999), la última película del extraordinario Stanley Kubrick, basada en Traumnovelle (1926), novela de Arthur Schnitzler, ambientada en Nueva York, ofrece una buena idea sobre el reciente discurso del administrador de nuestras miserias, quien adelantó la grandiosidad del 2010, llamando a festejar al México viento en popa.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre sus percepciones, la realidad y la cotidianeidad de la mayoría de los mexicanos. Cerrar los ojos ante el caos provocado por la guerrita contra el narco, el catarrito que se convirtió en influenza y la andanada de aumentos a gasolinas, alimentos, servicios, entre otros, resulta hasta insano.
Las percepciones comprenden la recepción de imágenes, impresiones o sensaciones externas por uno de nuestros sentidos; están mediadas por nuestros intereses, ideología, manipulaciones. Tienen nuestro sello. La realidad es externa a nosotros; nos impresiona cotidianamente, pero no somos pasivos. Hay una interacción fundamental, activa.
El discurso del poder y desde el poder, produce distorsiones interesadas en esa interacción; apela a cerrar los ojos, a la oscuridad, la autocensura y a elaborar un discurso amable, falso, ideológicamente baladí. El fin es justificar al grupo en el poder, evitar la crítica, identificar al administrador con el Estado y la sociedad. Una suerte de maroma napoleónica.
La grandilocuencia discursiva, asertiva, invocando a mirar solamente lo “positivo”, cual vulgar curso de autoayuda y superación personal, ignora a propósito la cotidianeidad de millones de mexicanos. Incluso, la estadística oficial que busca normalizar la percepción de que las cosas no son como la realidad las pinta, choca con otros números también oficiales.
Asimismo, las percepciones gubernamentales avivan el encono entre los diferentes Méxicos. Entre algunos sectores se cree que criticar al administrador gubernamental es ir contra México; es decir, se identifica la mediocridad personal con el país, la nación, la sociedad. Todavía se cree que con “echarle ganas” se resolverá la debacle.
En los últimos tres años, 17 mil mexicanos muertos, en lo que pareciera ser una limpieza orquestada desde el Estado, pues a pocos mueve moral y éticamente; desempleo que supera cualquier cifra alegre de “creación” de nuevos empleos; carestía galopante que debería avergonzar a quienes miden oficialmente la inflación, desmienten cualquier discurso.
Prácticamente todas las promesas de campaña del PAN se ha hecho añicos. La deuda pública, interna y externa, por ejemplo, ha aumentado sin recato, mientras los privilegiados banqueros y poderosos se embolsan miles de millones de pesos de las exacciones a las que nos somete el gobierno. Signo de la política económica panista.
El empleo fue trocado por mayor desempleo, precariedad laboral, violaciones cotidianas al derecho al trabajo y una política que busca desmantelar al sindicalismo combatiente. La inseguridad está a la vuelta de la esquina; entre sicarios, violencia institucional, desapariciones, secuestros, ejecuciones, vivimos cotidianamente.
México es actualmente uno de los países más violentos, aunque el inquilino de Los Pinos se ofenda por compararnos con Irak. En cuanto a rendición de cuentas y transparencia, las instancias encargadas de la materia son actualmente agencias gubernamentales, cotos de poder de grupúsculos que únicamente buscan privilegios.
La corrupción y la impunidad son prácticas cotidianas. Los panistas aceitaron el viejo aparato priista y se reproduce cotidianamente. Las instituciones están minadas por el narco y las mismas instancias gubernamentales de cualquier color. La complicidad en muchas materias es queja cotidiana y muestrario del caos.
El caos, aunque le suene feo al administrador en turno, es práctica cotidiana. Mucha gente se ha apropiado de un entorno que parece no tener estructura. En otra colaboración comenté sobre la profundización de la ruptura del tejido social. En la calle, casas, edificios, el sentido comunitario está ausente, generándose situaciones de conflicto sin más.
Llamar a la gente a no criticar, a cerrar los ojos, es insano. Ocultar la realidad, la cotidianeidad de millones de mexicanos que sobreviven en la miseria, no resuelve los problemas, los agrava. Los muchos Méxicos van por caminos diversos, ni siquiera paralelos. La grandilocuencia discursiva y mediática oculta, no soluciona.

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