La postcampaña de Donald Trump se ha centrado en el odio antiinmigrante,
las deportaciones masivas y las adicciones en Estados Unidos. En ese país, los
opiáceos en los 90 acrecentaron las adicciones, lo que Trump y sus amigos,
quienes serán parte de su gabinete, ignoran o no les importa. El fentanilo fue
lo que vino después. En 2022 causó más de cien mil muertos. La crisis de
adicciones no es un problema “mexicano”, es un problema estadounidense. Los
adictos de Estados Unidos son un problema de salud pública, pero que
oficialmente no se reconoce. Para el gobierno y la sociedad de ese país es un
problema individual.
Es el capitalismo estadounidense, el cual no solo exalta el individualismo,
también ataca los valores colectivos y las colectividades que intentan
organizarse comunitariamente. En Europa, las reformas protestantes, al romper
con la Iglesia católica, buscaban transformar las propias raíces del
cristianismo, el que sucumbía entre la corrupción y el desorden total. En Estados
Unidos, el protestantismo se conectó de manera particular con el desarrollo
capitalista. La ética del trabajo que desveló Max Weber en Alemania, avanzó de
manera que transformó los valores del cristianismo.
Un reciente libro (Yii-Han Lin, Immigration
and apocalypse. How the book of Revelation shaped American immigration,
Yale University Press, 2024), analiza cómo el libro de la revelación fue usado
por el cristianismo estadounidense para justificar la inmigración en Estados
Unidos, pero no cualquier inmigración, tampoco cualquier inmigrante. Los blancos
anglosajones y en general otros europeos, fueron bienvenidos al país del
capitalismo salvaje, mientras otros, como los chinos, los japoneses, los
mexicanos, eran rechazados. No eran parte del “pueblo elegido” para asentarse
en la Unión Americana. Sin duda, Trump sabe de estos planteamientos y los explota
de manera particular. En su campaña, la inmigración no blanca era rechazada de
manera violenta.
Estados Unidos es un país en el que la migración, particularmente la
europea anglosajona y blanca en general, buena parte formada en ese
cristianismo individualista y que rechaza los valores colectivos, moldeó un
país en el que el capitalismo salvaje es esencial a esa inmigración. Por ello,
los gritos Trumpistas contra los inmigrantes mexicanos y de otros países, son
parte de ese capitalismo de la inmigración blanca y cristiana. Es su sueño
americano. No de otros. Es el máximo valor del capitalismo salvaje.
Durante su campaña, Trump afirmó que los inmigrantes envenenaban la sangre
estadounidense. Atacaba así a un sector de la población blanca compuesta por
familias “mixtas” y a los 40 millones de inmigrantes latinos/hispanos, la mayoría
de los cuales son mexicanos y de origen mexicano de primera, segunda, tercer y
cuarta generación. Asimismo, Trump ignora la aportación económica y cultural de
esa inmigración que no respeta ni tolera. Si esa minoría fuera blanca, no
estaría entre los objetivos de su odio racista y clasista.
Como quiera, de llevar a cabo las deportaciones masivas -1 millón de
inmigrantes al año- les costaría a los ciudadanos estadounidenses,
independientemente de su origen, clase y raza, 1 billón de dólares. Y si lleva
a cabo su otra amenaza de implementar aranceles a México y Canadá, el
consumidor de ese país sufriría las consecuencias de una política comercial
esquizofrénica. Por ejemplo, una de la SUV más populares en ese país, es importada
de México, y de aumentar los aranceles, les costaría al menos 3 mil dólares
más. Y otros productos también tendrían alzas, lo que repercutiría en los
consumidores estadounidenses. Quizás las amenazas Trumpistas no se concreten,
pero ha causado pánico entre las comunidades migrantes latinas/hispanas,
incluso entre quienes votaron por Trump, quienes argumentan que están por parar
la migración. A partir de enero de 2025 veremos cómo Trump siembra más pánico.
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