En México, la obesidad, la diabetes, la hipertensión, los problemas
cardiovasculares, destacan entre las enfermedades que más impacto tienen en la
salud. No es extraño ver niños y niñas con sobre peso y obesidad, adultos y
adultas con obesidad mórbida, o al menos dos o tres generaciones de una familia
en la que la diabetes está presente. Según algunos médicos, particularmente los
naturistas, la diabetes no se hereda. Quizás tengan razón, pero en el caso de
este escribano, desciendo de una familia en la que cuatro generaciones han
desarrollado diabetes. Con excepción mía, mi hermano mayor, que en paz
descanse, y mi hermana menor, son personas diabéticas.
Tampoco es extraño ver en el supermercado, las tiendas de conveniencia o
en la tiendita de la esquina, personas comprando refrescos de diversas marcas.
Muy pocos consumen envases medianos o pequeños. Lo que más he visto, son
personas que se llevan envases de dos litros, cuyos precios para mí, son
escandalosos. Tengo al menos 10 años sin probar un refresco. Al principio fue
difícil dejar la adicción, pero meses después lo logré. En este sentido, hay un
entorno en el que las enfermedades comentadas, aunque no sean hereditarias, se
reproducen. Asimismo, es despreciable la actitud de las compañías
embotelladoras de refrescos.
A la presentación de la iniciativa de ingresos y egresos del gobierno
federal en la Cámara de Diputados, ha seguido, en el tema del aumento a los
refrescos y otras bebidas azucaradas, una andanada de mentiras, con cabilderos
de las grandes empresas refresqueras para intentar detener el incremento de los
impuestos. Comparativamente, sus ganancias superan, por mucho, el costo, sobre
todo público, pero también privado, de la atención de las enfermedades que
están ligadas al consumo de refrescos. Cuando solía hacer trabajo de campo
antropológico, me sorprendía encontrar, en comunidades de 500 a 1,000
habitantes, tienditas repletas de productos chatarra (papitas, chetos, etc.) y
refrigeradores con refrescos de las grandes refresqueras.
El cabildeo que pretende evitar el incremento a los impuestos miente:
afirma que ningún organismo mundial sugiere esos aumentos, pero es falso. La
UNICEF, la OMS, el Banco Mundial, en base a datos duros, alertan a los países a
incrementar dichos impuestos. Igualmente, los cabilderos pretenden espantar con
el asunto de los empleos, lo que, según estudios serios, es falso el impacto
que podría tener en el empleo y los salarios. A menos que las grandes
refresqueras reduzcan sus áreas de reparto y, por consiguiente, choferes y
repartidores, lo cual es falso. Como en su momento sentenciaron Marx y Engels,
el capital no tiene patria, tampoco le importa la salud de sus clientes. No le
interesa el costo que implica atender a miles de pacientes obesos, diabéticos,
hipertensos, etc. Es la codicia corporativa.
Hay estudios muy serios que demuestran que, en países donde se han
aumentado los impuestos a los refrescos –en algunos alcanza 70%, mientras en
México, con el alza que se presenta, se ubicaría en lugares muy lejanos-, el
consumo se ha reducido y ha tenido un impacto favorable en la salud. Nuestro país
es de excesos: alto consumo en grasas saturadas y refrescos azucarados;
fumadores que pagan hasta 100 pesos por una cajetilla de cigarros; billones de
pesos para pagar el FOBAPROA; pensiones doradas para unos cuantos privilegiados
que significan al erario público millones de pesos, entre otros rubros. Hasta antes
de 2024, millones de mexicanos se iban a dormir con hambre. La estrategia de
AMLO de aumentar los salarios y convertir las pensiones y otros apoyos en
derechos constitucionales, sacaron de la pobreza a 13.5 millones de personas. Cifra
nunca antes vista en México y otros países del mundo.
Es hora que los mexicanos tomen conciencia y regulen su ingesta de
bebidas azucaradas. Es hora que las refresqueras asuman su responsabilidad en
la carrera de las enfermedades que encienden las alarmas, no solo para el
presupuesto público, sino también en la salud.
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