martes, 31 de marzo de 2009

Catastrofismos externos y catástrofes internas

A los presos políticos del foxiato y el calderonato de San Salvador Atenco

Reportes, informes y discursos alarmistas de agencias y funcionarios de Estados Unidos y la postura del presidente Obama aparentemente mesurado, reflejan las dobleces e hipocresía estadounidense, pero también exponen el deterioro calderónico: la bravata antes que la contundencia diplomática, la acusación antes que asumir las catástrofes internas.
En mayo de 2008, el think tank Stratfor Global Intelligence cuestionó la eficacia de la guerrita contra el narcotráfico y se preguntó si México estaba en el camino del Estado fallido. En diciembre de ese mismo año, la revista Forbes publicó en su portada una entrada que destacó a nuestro país como el próximo desastre.
Hace unos días, reportes del Departamento de Estado (tráfico de drogas y derechos humanos), una solicitud del gobierno de Texas para militarizar su frontera con México, declaraciones del responsable de inteligencia y el vicepresidente, el discurso del presidente Obama, y la confirmación de la visita de Hillary Clinton, reavivaron el debate.
Con excepción de la negativa de Obama para militarizar la frontera, la idea del Estado fallido ha causado molestia en Los Pinos. El concepto e índice de “Estado fallido” fue concebido por Pauline H. Baker en 1996, presidente del Fondo por la Paz (Fund for Peace), un think tank conservador asentado en Washington, DC.
El índice de 12 indicadores (cuatro sociales, dos económicos, y seis políticos), es publicado por Fund for Peace y la conservadora Foreign Policy desde 2005. No tiene relación con el libro de Noam Chomsky, Failed states: The abuse of power and the assault on democracy (American Empire Project), 2006, donde señala que su propio país es un Estado fallido.
México, sin mucho merecimiento, recibe un calificativo aplicado a países africanos. El “Estado fallido” (Max Weber), precisa: pérdida de control del territorio o el monopolio del uso legítimo de la fuerza, legitimidad de la autoridad erosionada, incapacidad para proveer servicios públicos e interactuar con otras naciones.
Si bien algunas de estas situaciones se presentan en ciertas regiones del país, el problema es un “gobierno fallido”; un grupo que asaltó el poder en 2006, obedece a quienes lo instalaron, y carece de estrategias, políticas públicas y agencias estatales eficaces. En cambio, genera impunidad, corrupción y complicidades con grupos paralelos de poder.
El “gobierno fallido” busca culpables antes que reconocerse parte del problema; imagina complots personales y contra sus “instituciones” mientras oculta la realidad; usa los medios masivos de comunicación para producir ilusiones “nirvánicas”; se envalentona antes de definir una estrategia diplomática, y miente cotidianamente.
Las presiones estadounidenses son parte de la hipocresía y el chauvinismo que ve afuera amenazas a su seguridad interna. No reconoce que el narcotráfico no es solo producción y trasiego; es también consumo. Implica redes de corrupción, impunidad y complicidades en ambos países; mafias, lavado de dinero, protección en los círculos de poder.
Asimismo, el catastrofismo externo es percibido como amenaza y se hace caso omiso de las catástrofes internas. El reciente informe de la Auditoria Superior de la Federación ilustra lo que se quiere ignorar. En los primeros años de este sexenio se intensificó la incidencia delictiva. Más de seis mil muertes violentas son difíciles de ocultar.

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