miércoles, 12 de mayo de 2010

Entre la guerra y la plegaria

Dice René Girard (Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis. Buenos Aires, Katz Editores, 2010), que la violencia actual provoca una confusión entre los desastres causados por la naturaleza y las catástrofes de los hombres; una confusión de lo natural y lo artificial. Así parece operar el “gobierno” fallido, confusión tras confusión.
El optimismo gubernamental no tiene desperdicio. Ahora el “gobierno” fallido lanza plegarias a un Dios para que “ilumine” a los gobernantes en el asunto del combate a la pobreza. Una invocación que refleja, por decir lo menos, el fracaso de un grupo, un aparato burocrático ineficaz y corrupto, y políticas y programas que no funcionan.
Mientras se invoca la intervención divina, se exalta el arrojo del Ejército en la guerrita contra el narco, además de implementar nuevos operativos militares (Paz en la frontera). Y contra el supuesto oficial del descenso de la violencia, el FBI y la DEA señalan que la “horripilante violencia” seguirá creciendo.
Adicionalmente, un alto mando de la Secretaría de Marina afirma que el problema del crimen organizado es “mayúsculo”. La exaltación elude la autocrítica y rechaza las crecientes evidencias de que la militarización y la guerra como única estrategia para combatir al narcotráfico han implicado daños y abusos igual de mayúsculos.
En México se privilegia la guerra contra el narco, ignorando sus impactos entre la población. En Estados Unidos el presidente Obama recién anunció una nueva estrategia antidroga, replanteando el enfoque para privilegiar la prevención y el tratamiento que busque reducir el consumo en determinados plazos.
Asimismo, “refuerza los programas comunitarios antidrogas, estimula a los proveedores médicos a detectar problemas de drogas antes de que se afiance la drogadicción y expande el tratamiento más allá de los centros especializados a las instalaciones regulares del cuidado de la salud” (eluniversal.com.mx, 11/05/10).
La OEA señala que para enfrentar el problema de las drogas “debe hacerse especial énfasis en su impacto sobre la pobreza y la marginalización, e impulsar la implementación de políticas y acciones que favorezcan la inclusión social y la reducción de esas vulnerabilidades”, con enfoque de género (Estrategia Hemisférica sobre Drogas 2010).
En ambos casos se observa un cambio en los enfoques y las estrategias, haciendo a un lado la confrontación violenta y sanguinaria como vía única y eficaz para combatir el problema de las drogas. Pero en México se exalta el arrojo militar y se encomienda a Dios para solucionar los inconvenientes de un país de discursos mediáticos.
La pobreza en México, dramática y endémica, es la asignatura pendiente del panismo que llegó a Los Pinos en el 2000. Entre cifras mañosas y apoyos interesados (CEPAL), se argumentó que a la mitad del foxismo se había reducido el número de pobres. Datos recientes, muestran que el catarrito nacional profundizó la exclusión y la pobreza.
Son múltiples las evidencias y los llamados de los especialistas para observar las vinculaciones entre pobreza, delincuencia organizada y violencia. La desesperanza, frustración y nulas expectativas de vida pueden llevar a la gente a ser parte de las mafias y organizaciones delincuenciales.
No hay causa-efecto en esta situación, pero las circunstancias personales, familiares, comunitarias y la ruptura del tejido social, aunado al uso clientelar de las políticas públicas, el abandono y maltrato oficial, ofrecen escenarios que pueden alimentar las filas de la delincuencia. Además, las mafias llenan los vacíos del Estado.
La narcoguerra es ya intolerable; las plegarias a la divinidad, como asunto de fe individual son plausibles, pero no van a resolver la pobreza, corrupción y la guerra. Es lamentable tal confesión pública de mediocridad e ineficacia. La burocracia panista no tiene la menor idea de lo que son las políticas públicas; suponen que los rezos y las jaculatorias son suficientes.

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