miércoles, 23 de junio de 2010

Saramago, Monsiváis

A riesgo de repetir y cansar nuestra memoria y recuerdos, dedico este espacio a dos grandes personajes del siglo XX. José Saramago, portugués, Nobel de Literatura, y Carlos Monsiváis, mexicano, escritor, crítico, periodista. Ambos nos han ayudado en la lectura y comprensión del mundo; sus saberes nos harán mucha falta.
Leer a Saramago ha sido, para este escribano, aterrizar en un mundo de metáforas y lenguajes difíciles, pero plenos de significado. Su texto sobre la vida de Jesucristo, por ejemplo, a contracorriente de la versión y verdad oficial del catolicismo, el protestantismo y demás denominaciones del cristianismo, fue un bálsamo para mis inquietudes.
Con todo, la vida de Saramago en comunión con la gente marginada, su declarado comunismo y zapatismo, en una época en la que la corrección política se impone sin pudor ético y moral, fueron sostén de visiones y contravisiones críticas de las izquierdas, particularmente de las burocracias corruptas izquierdistas.
Sostener en tiempos de la estúpida idea del fin de la historia el comunismo como actitud y postura personal, además de celebrar y acompañar a los movimientos sociales encabezados por los marginados, los pobres, los excluidos, fue uno de los grandes triunfos de Saramago, sobre todo ante las burocracias derechistas, fascistas e izquierdistas.
El camino de Monsiváis, más allá de haber sido parte del movimiento del 68, se multiplicaba cotidianamente. Como escritor, narrador, cronista, periodista, crítico de las burocracias priistas, panistas y perredistas, sus saberes reivindicaron la cultura popular y las luchas de muchos, de todos, por un México diferente.
Tiene razón Elena Poniatowska cuando pregunta quién leerá nuestro México a partir de ahora, con sarcasmo, ironía y crítica. La increpación al mediocre y elbista secretario de Educación, en el homenaje en Bellas Artes a Monsiváis, arrecia la tensión y muestra la ignorancia y carencias de la burocracia panista en el poder.
El Monsiváis del 68, el 85, Juárez, y la defensa de las causas perdidas, pero siempre presentes, no deja lecciones, sino puentes para entender la dinámica de la sociedad y la cultura mexicana. No porque se centrara en la ciudad de México, es menos cierto que su lectura de la realidad ignorara las provincias, las periferias.
La centralización cultural y política del país también fueron una crítica constante y una ironía pertinente. Monsiváis estaba presente en los intersticios y bisagras del centro y la periferia, en lo que su lectura y narración implicaba para entender la cultura popular y el desdén de las elites, regularmente ignorantes, consumidoras de basura costosa.
Su cercanía con las causas perdidas, incluyo la defensa de los derechos de todos: marginados, pobres, estudiantes, discapacitados, diversidad sexual, mujeres. El sólo hecho de nacer en un país, en una nación, implicaba para él tener derechos. Las minorías siempre serán más que las mayorías, parecía entender y proclamar.
Saramago y Monsiváis nos convocaron, involuntariamente, a un fin de semana agotador. Pensar en uno y en otro; revisar los homenajes que se les rindieron; constatar la diversidad de voces consternadas, particularmente de la gente común, por estos muertos, nos llevan de nuevo a su obra, pero no solamente la escrita, sino también su periplo vital.
En ningún caso sus vidas estuvieron vacías de afectos y presencias; así como defendían a los muchos contra el autoritarismo y la violencia estatal, cientos, si es que no miles, acudían a sus llamados: un libro, una entrevista, una opinión, una ocurrencia, como despectivamente dijo de Monsiváis alguna vez Octavio Paz, eran motivos y gozos.
Nuestro país, como dijeron ya muchos durante este consternado fin de semana, ha perdido una voz, una consciencia, imprescindibles. Sus lecturas y narraciones de la realidad nos dejan huérfanos –al menos a quienes seguíamos a Monsiváis como escritor, periodista, no como la verdad absoluta, menos como el fundador de una secta.
Ojalá que entre las izquierdas en México se lea a Monsiváis y a Saramago, pero sería más importante si retornaran a las causas reales que se supone abanderan. El oropel, los privilegios y los discursos vacíos del izquierdismo mexicano solamente representan a esos grupúsculos enquistados en partidos y en presupuestos públicos.
José Saramago y Carlos Monsiváis son, desde mi punto de vista, referentes obligados para entender la cultura popular, la literatura, la escritura y lectura de buena parte del siglo XX. Sus muertes en esta primera década del siglo XXI cierran momentos, abren expectativas. Encabezaron sin duda movimientos, ideas y presencias múltiples.
Ambos nos harán falta. México ha perdido a uno de sus grandes intelectuales. La izquierda libertaria ha perdido a otros de sus mayores referentes; Carlos Montemayor, Bolívar Echeverría, se adelantaron. Los dos primeros figuraron y escribieron, desde sus múltiples saberes, al México profundo (Guillermo Bonfil Batalla), el tercero renovó el marxismo.

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