miércoles, 7 de julio de 2010

La transición fallida

El tránsito del autoritarismo a la democracia, iniciado a fines de los ochenta, y en aparente consolidación con la alternancia en el 2000, se ha convertido en un acto fallido. Los actos fallidos (Fehlleistung), según el catecismo freudiano son los lapsos o acciones defectuosas de las intenciones originales. En política, a mi parecer, la transición falló.
Pretender que los votos definan la democracia, mientras la imposición y la manipulación del sufragio universal se imponen, desvirtuó la transición. La derecha en el poder desde 2000 es una de las grandes herederas de la cultura priista. El llamado triunfo cultural del panismo, su lucha por la democracia, quedó en una grotesca copia del autoritarismo.
Durante las elecciones del 2006, predominó la llamada guerra sucia, salida de las catacumbas de la derecha y la ultraderecha, financiada por la oligarquía y promovida por el gobierno federal y su partido. Cada elección posterior ha reivindicado la basura política como arma para desbarrancar y destruir moralmente adversarios.
Esa guerra sucia ha sido la divisa del gobierno actual, aderezada del espectáculo mediático que la oligarquía ha puesto a su servicio. Políticos y opositores detenidos por supuestos y nunca probados vínculos con el narco; desapariciones, encarcelamiento y asesinato de integrantes de movimientos sociales; desaparición de empresas estatales.
Todo como parte de la impunidad, alentada o no, desde el Estado y los aparatos y la burocracia gubernamental. Pero sobresale la mediocridad, incapacidad e ignorancia de un grupo para gobernar. La administración ineficaz incluso ha sido notada por la oligarquía que apoyó el asalto al poder, pues para unos hay privilegios y para otros nada.
Sin duda la actuación de la partidocracia también ha promovido la transición fallida, entre alianzas espurias y corrupción. Mientras los expertos, la comentocracia y los medios celebran los votos, se ocultan las artimañas que han hecho de la transición un espectáculo mediático grotesco, en el que sobresale la impunidad e injusticia.
Las elecciones estatales de este cuatro de julio, reflejan el patetismo de la izquierda derechizada y la derecha mediocre, mientras el PRI, el dinosauro tecnocrático, neoliberal y corrupto, refuerza su estatus como elite política y partido aliado a la oligarquía. Hemos vivido, entre el 2000 y el 2010, la transición más perversa y grotesca.
Entre la derecha y la izquierda, estas elecciones confirman, no solamente las prácticas probadas por el PRI en más de setenta años, sino el aprendizaje de sus herederos, los llamados grandes partidos y la chiquillada. Unos y otros se aplicaron para superar a su maestro e hicieron uso de recursos, artimañas y trampas por doquier.
Asimismo, estas elecciones, en el contexto de la guerrita contra el narco, cuyo saldo asciende ya a unos 25 mil muertos, refrendaron el miedo impulsado, tanto por el Estado y el “gobierno” fallido como por la delincuencia organizada. La “democracia” del voto, fue un simple acarreo despensero y tamalero; el voto útil probó su inutilidad.
Como se esperaba, los medios, oficialistas, oficializados, partidistas, mediatizados, fueron el mejor canal y el mensaje contundente para posicionar ganadores antes de tiempo, además de negar la violencia, tanto la generada en la contienda como la causada por la delincuencia, convirtiendo los comicios en zona de paz y participación multitudinaria.
Sin embargo, en varios estados reinó la abstención y es falso que quienes salieron a votar estén enviando algún mensaje a la delincuencia. Si algo entendemos de este proceso electoral, es que la gente que votó le anunció a las alianzas, el partido en el poder y los partidos en general, su hartazgo y miedo porque las cosas sigan como están.

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