viernes, 11 de julio de 2014

Migración y violencia

Hace un par de años, en un evento académico llamé la atención de los estudiosos de la migración mexicana internacional, acerca de la necesidad de incorporar las variables de inseguridad y violencia en la investigación. En particular, por su impacto en desplazados, refugiados y migrantes que huían por peligrar sus vidas.
Si bien, mi argumentación no fue abiertamente criticada, mi acostumbrada vehemencia si lo fue. Con todo, sigo sosteniendo que la investigación entonces, y aún ahora, sigue observando la movilidad humana como una serie de procesos sociales separados, que rara vez convergen con otros en un contexto más amplio.
Muchos estudiosos de temas tan específicos conducen sus pesquisas de procesos complejos y multideterminados, como si fuesen independientes. Es el caso de las remesas. En tres décadas poco ha cambiado la visión prevaleciente –supuesta palanca de desarrollo, a pesar de las evidencias empíricas en contra.
A contracorriente de la academia, la migración se ha transformado, no solo en un proceso global y transnacional, también en drama cotidiano y crisis humanitaria. Hoy son los niños y niñas varados en centros de detención fronterizos, esperando su deportación; ayer, migrantes de origen africano buscando territorio europeo.
México, como parte del corredor migratorio del norte se ha convertido en paso masivo de transmigrantes que buscan territorio estadounidense. Cifras alarmantes que alcanzan los 40 mil o más niños y niñas que viajan solos, constituyen una crisis humanitaria que ha hecho trizas la política migratoria de Estados Unidos.
Pero no únicamente la política migratoria de ese país, también la de México, a pesar de que el gobierno mexicano ha elegido seguir las directrices del gobierno estadounidense al intentar detener a los transmigrantes, proteger al corrupto INM, e ignorar, implícita o explícitamente, el drama de los niños y niñas migrantes.
La corrupción en el INM es vieja, pero es durante el sexenio pasado que se evidenciaron las complicidades de diversos funcionarios con la delincuencia organizada en distintas delegaciones. Con todo, hasta la fecha la impunidad y complicidad no se han erradicado. Es una instancia que debería desaparecer.
Igualmente, los cambios a la ley migratoria mexicana satisficieron a pocos. Si bien tuvo algunos avances, se quedó corta en cuanto al entendimiento de la complejidad del fenómeno migratorio que actualmente enfrenta el país. Varios de los cambios parecen ser extensión de la política migratoria estadounidense.
Como quiera, para analizar este drama de graves implicaciones, es necesario desbrozar un poco la complejidad de la movilidad humana actual. En el caso de México, es en los últimos treinta años que el patrón migratorio, la masificación, las rutas, entre otros aspectos, cambiaron profundamente.
En el caso de los niños y niñas migrantes, la política migratoria estadounidense implantada por la IRCA (1986), aceleró el cambio. De irse cotidianamente hombres, quienes muchas de las veces regresaban, comenzaron a llevarse a toda la familia para establecerse permanentemente en Estados Unidos.
Igualmente, a la fecha, hay 11 millones de mexicanos indocumentados en ese país, buena parte de los cuales no ha regresado, si no es que ha sido deportado por la actual política inmigratoria, en más de una década, lo que de alguna manera ha impulsado el traslado de niños, niñas, esposas y más familiares.
Por ello, la integración y articulación del proceso migratorio ya no puede observarse como una anomalía de los mercados laborales. En la última década, los estudiosos han intentado recuperar este complejo proceso que ha implicado la formación de comunidades binacionales y un espacio transnacional.
Este proceso es un tanto diferente respecto a la masiva ola migratoria reciente de niños y niñas de Centroamérica. En los ochenta, las dictaduras y las guerras que las derrotaron provocaron un éxodo incesante, buena parte del cual fue producto de acuerdos entre Estados Unidos y algunos países centroamericanos.
Sin embargo, la devastación, la pobreza, marginación, y las actuales condiciones de violencia interna en la subregión, aceleraron la emigración de hombres, mujeres, adultos y jóvenes, en los pasados diez años. Y hoy la salida de mujeres y sus hijos, y niños y niñas solos, configurando un drama impactante.
En México, adicionalmente al actual patrón migratorio transnacional y binacional, la violencia delincuencial, local y regional, ha implicado el desplazamiento de miles de personas, cuya situación de desplazados y refugiados por la guerra contra las drogas no ha sido reconocida por el gobierno mexicano. Es ignorada totalmente.
De esos desplazamientos, escasamente documentados, se ha desprendido un reciente flujo migratorio interno e internacional, cuyo principal destino son algunas metrópolis, ciudades medias, la frontera con Estados Unidos y este país. Un importante número de niños y adolescentes son parte de esta corriente migratoria.
Todas estas corrientes migratorias, conforman patrones y orientaciones diversas, pero nos ofrecen un panorama complejo que hasta el momento el gobierno mexicano ha ignorado. En el caso de los transmigrantes centroamericanos y los niños y las niñas migrantes, únicamente las ONG han dado las voces de alarma.
Esto es así porque las rutas migratorias mexicanas son actualmente campo de interés de la delincuencia organizada, la cual, en varios tramos del territorio, ha contado con la connivencia, complicidad y apoyo de diferentes autoridades mexicanas. Esto ha permitido masacres (San Fernando) e impunidad total.
La problemática de los niños y niñas migrantes ha tenido su mayor expresión por la exposición mediática de las condiciones y abusos de que son objeto en los centros de detención de la Patrulla Fronteriza, configurando una crisis mayor del sistema migratorio y la política migratoria estadounidense por extensión.
Sin embargo, en su paso por México, muy pocos medios y mucho menos el gobierno mexicano y estatales, han llamado la atención, excepto por las denuncias de los defensores de los derechos de los migrantes, quienes han recibido amenazas de diversas fuentes por exponer el drama migratorio que vivimos.
En nuestro país, la crisis declarada en Estados Unidos, también tiene su contraparte en detenciones y deportaciones, denuncias de ataques y asesinatos a migrantes que no son atendidas, abuso y maltrato en las estaciones migratorias, expulsión inmediata, y desatención legal y de las causas de esta ola migratoria.
Como en México, en Centroamérica, la violencia delincuencial, pobreza, marginación y abusos, están obligando a la gente a desplazarse, huir y buscar un lugar menos dañino para sobrevivir. Es urgente atender la emergencia, pero también hay que reconocer la raíz de esta ola migratoria.

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