Hace un par de años, en un evento
académico llamé la atención de los estudiosos de la migración mexicana
internacional, acerca de la necesidad de incorporar las variables de
inseguridad y violencia en la investigación. En particular, por su impacto en
desplazados, refugiados y migrantes que huían por peligrar sus vidas.
Si bien, mi argumentación no fue
abiertamente criticada, mi acostumbrada vehemencia si lo fue. Con todo, sigo
sosteniendo que la investigación entonces, y aún ahora, sigue observando la
movilidad humana como una serie de procesos sociales separados, que rara vez
convergen con otros en un contexto más amplio.
Muchos estudiosos de temas tan
específicos conducen sus pesquisas de procesos complejos y multideterminados,
como si fuesen independientes. Es el caso de las remesas. En tres décadas poco
ha cambiado la visión prevaleciente –supuesta palanca de desarrollo, a pesar de
las evidencias empíricas en contra.
A contracorriente de la academia,
la migración se ha transformado, no solo en un proceso global y transnacional, también
en drama cotidiano y crisis humanitaria. Hoy son los niños y niñas varados en
centros de detención fronterizos, esperando su deportación; ayer, migrantes de
origen africano buscando territorio europeo.
México, como parte del corredor
migratorio del norte se ha convertido en paso masivo de transmigrantes que
buscan territorio estadounidense. Cifras alarmantes que alcanzan los 40 mil o
más niños y niñas que viajan solos, constituyen una crisis humanitaria que ha
hecho trizas la política migratoria de Estados Unidos.
Pero no únicamente la política
migratoria de ese país, también la de México, a pesar de que el gobierno
mexicano ha elegido seguir las directrices del gobierno estadounidense al
intentar detener a los transmigrantes, proteger al corrupto INM, e ignorar,
implícita o explícitamente, el drama de los niños y niñas migrantes.
La corrupción en el INM es vieja,
pero es durante el sexenio pasado que se evidenciaron las complicidades de
diversos funcionarios con la delincuencia organizada en distintas delegaciones.
Con todo, hasta la fecha la impunidad y complicidad no se han erradicado. Es
una instancia que debería desaparecer.
Igualmente, los cambios a la ley
migratoria mexicana satisficieron a pocos. Si bien tuvo algunos avances, se
quedó corta en cuanto al entendimiento de la complejidad del fenómeno
migratorio que actualmente enfrenta el país. Varios de los cambios parecen ser
extensión de la política migratoria estadounidense.
Como quiera, para analizar este
drama de graves implicaciones, es necesario desbrozar un poco la complejidad de
la movilidad humana actual. En el caso de México, es en los últimos treinta
años que el patrón migratorio, la masificación, las rutas, entre otros
aspectos, cambiaron profundamente.
En el caso de los niños y niñas
migrantes, la política migratoria estadounidense implantada por la IRCA (1986),
aceleró el cambio. De irse cotidianamente hombres, quienes muchas de las veces
regresaban, comenzaron a llevarse a toda la familia para establecerse
permanentemente en Estados Unidos.
Igualmente, a la fecha, hay 11
millones de mexicanos indocumentados en ese país, buena parte de los cuales no
ha regresado, si no es que ha sido deportado por la actual política
inmigratoria, en más de una década, lo que de alguna manera ha impulsado el
traslado de niños, niñas, esposas y más familiares.
Por ello, la integración y
articulación del proceso migratorio ya no puede observarse como una anomalía de
los mercados laborales. En la última década, los estudiosos han intentado
recuperar este complejo proceso que ha implicado la formación de comunidades
binacionales y un espacio transnacional.
Este proceso es un tanto
diferente respecto a la masiva ola migratoria reciente de niños y niñas de
Centroamérica. En los ochenta, las dictaduras y las guerras que las derrotaron
provocaron un éxodo incesante, buena parte del cual fue producto de acuerdos
entre Estados Unidos y algunos países centroamericanos.
Sin embargo, la devastación, la
pobreza, marginación, y las actuales condiciones de violencia interna en la
subregión, aceleraron la emigración de hombres, mujeres, adultos y jóvenes, en
los pasados diez años. Y hoy la salida de mujeres y sus hijos, y niños y niñas
solos, configurando un drama impactante.
En México, adicionalmente al
actual patrón migratorio transnacional y binacional, la violencia
delincuencial, local y regional, ha implicado el desplazamiento de miles de
personas, cuya situación de desplazados y refugiados por la guerra contra las
drogas no ha sido reconocida por el gobierno mexicano. Es ignorada totalmente.
De esos desplazamientos,
escasamente documentados, se ha desprendido un reciente flujo migratorio
interno e internacional, cuyo principal destino son algunas metrópolis,
ciudades medias, la frontera con Estados Unidos y este país. Un importante
número de niños y adolescentes son parte de esta corriente migratoria.
Todas estas corrientes
migratorias, conforman patrones y orientaciones diversas, pero nos ofrecen un
panorama complejo que hasta el momento el gobierno mexicano ha ignorado. En el
caso de los transmigrantes centroamericanos y los niños y las niñas migrantes,
únicamente las ONG han dado las voces de alarma.
Esto es así porque las rutas
migratorias mexicanas son actualmente campo de interés de la delincuencia
organizada, la cual, en varios tramos del territorio, ha contado con la
connivencia, complicidad y apoyo de diferentes autoridades mexicanas. Esto ha
permitido masacres (San Fernando) e impunidad total.
La problemática de los niños y
niñas migrantes ha tenido su mayor expresión por la exposición mediática de las
condiciones y abusos de que son objeto en los centros de detención de la
Patrulla Fronteriza, configurando una crisis mayor del sistema migratorio y la
política migratoria estadounidense por extensión.
Sin embargo, en su paso por
México, muy pocos medios y mucho menos el gobierno mexicano y estatales, han
llamado la atención, excepto por las denuncias de los defensores de los
derechos de los migrantes, quienes han recibido amenazas de diversas fuentes
por exponer el drama migratorio que vivimos.
En nuestro país, la crisis
declarada en Estados Unidos, también tiene su contraparte en detenciones y
deportaciones, denuncias de ataques y asesinatos a migrantes que no son
atendidas, abuso y maltrato en las estaciones migratorias, expulsión inmediata,
y desatención legal y de las causas de esta ola migratoria.
Como en México, en
Centroamérica, la violencia delincuencial, pobreza, marginación y abusos, están
obligando a la gente a desplazarse, huir y buscar un lugar menos dañino para
sobrevivir. Es urgente atender la emergencia, pero también hay que reconocer la
raíz de esta ola migratoria.
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