sábado, 14 de enero de 2023

Consenso y odio fabricado

 Dos lecturas, entre otras, pueden contribuir a entender el actual rol de los medios corporativos y el periodismo que suelen hacer diariamente por medio de sus ocho columnas, notas periodísticas, reporteros, columneros y supuestos analistas: Los guardianes de la libertad, de Noam Chomsky y Edward S. Herman (Planeta, 2013, primera edición en español en 1990) (Manufacturing consent: the political economy of the mass media, Pantheon Books, 1988), y Hate Inc: why today’s media makes us despise one another de Matt Taibbi (2019, QR Books). Ambos libros desbrozan cómo los medios corporativos fabrican el consenso y el consentimiento que de alguna manera permite justificar los golpes de Estado contra gobiernos democráticos, y cómo se ha incorporado el odio personal y colectivo en esos medios contra determinados personajes, en particular contra políticos progresistas. El primero prefigura lo que hoy es parte del Lawfare y la guerra híbrida contra gobiernos democráticos, y el segundo muestra la normalización del odio que finalmente se convierte en parte del golpismo derechista.

Los medios corporativos en México juegan hoy el rol más perverso que les ha tocado jugar, pero el mismo es alentado por la oligarquía, implicando así, no solo la perversión del periodismo sino también su hundimiento. Si durante los gobiernos neoliberales ensalzaban cualquier acción privatizadora, la entrega de recursos naturales y empresas estatales y la conversión de deudas privadas en deudas públicas, además de justificar la corrupción, el saqueo del erario público y los privilegios e impunidad de algunos grupos, actualmente se oponen a cualquier medida, acción y política pública que vulnere las corruptelas y saqueo de las élites económicas y los partidos políticos que las acompañan. Chomsky y Herman nos alertan sobre cómo los medios corporativos construyen y fabrican el consenso para justificar, de un lado, corrupción, saqueo, privilegios, abusos e impunidad de unos cuantos, y del otro, su intención por derrocar a un gobierno electo democráticamente. En este sentido, gozan de plena libertad de expresión, pero la usan para manipular e inventar noticias y situaciones muy alejadas de la realidad.

Asimismo, observamos cómo los medios corporativos incorporan el odio y el desprecio de algunos grupos sociales, los cuales al parecer no han sido golpeados económicamente, pero son comprados fácilmente, pues tienen una serie de conductas clasistas y racistas, las que han sido potenciadas por las redes sociales y exacerbadas por esos medios y sus personeros. La narrativa que se busca imponer, sin duda impacta a un importante porcentaje de los mexicanos. Según las encuestas más acreditadas, entre un 20 y 25% de los ciudadanos expresa su desacuerdo sin ambages en contra de #AMLO y la #4T. El problema político e ideológico no es el desacuerdo, sino el odio y el desprecio que lo acompaña, el cual es incorporado en la prensa, la radio y la televisión como parte de una “normalidad” que se presenta como neutral, apartidista y sin fines ideológico-políticos. En este caso, lo “normal” puede escalar más allá del odio personal al clasismo y racismo que se condensa en actitudes golpistas e incluso criminales. Algunos periodistas y usuarios de redes sociales han apelado al asesinato del primer mandatario.

El consenso y odio fabricados, parecen esencial a la narrativa de la derecha y ultraderecha mediática. No hay día en el que la prensa, la radio y la televisión en México usen la libertad de expresión para golpear, no con cuestionamientos y desacuerdos sobre la conducción política y gubernamental, o el programa de gobierno, sino con rencor y desprecio que atenta, no solo contra la libertad de expresión sino también contra el derecho a la información. Aunque es falso que se viole la libertad de expresión, los medios corporativos y sus personeros han centrado sus embates contra las respuestas del primer mandatario, sean personales o por medio de algunos funcionarios públicos, como si censurara o violara la libertad de expresión, pero el derecho a la información es eludido. Vale más el odio y el desprecio difundido como libertad de expresión, pero el derecho a la información, también consagrado en la Constitución, es violentado cotidianamente. Y las asociaciones financiadas por gobiernos extranjeros –Artículo 19, Reporteros Sin Fronteras, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, entre otras- omiten defender a los ciudadanos y su derecho a ser informados sin mentiras, manipulaciones, insultos.

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