miércoles, 28 de junio de 2023

Continuidad con cambio, Tercera parte

 

La derecha está usando al Poder Judicial, INE, TEPJF y los amparos, con la finalidad de derribar en el papel a AMLO y Morena. No tiene un proyecto de nación –a menos que el regreso a la corrupción, saqueo, guerra esquizofrénica, impunidad, sean sus principios-, tampoco candidatos. Se sustenta en una alianza ficticia en la que convergen un difuso centro (PRI), la derecha (PAN), cierta “izquierda” (PRD), la oligarquía (empresarios derechistas y fascistas), las elites políticas, la llamada sociedad civil, un sector de la academia (derecha y la autodenominada “izquierda verdadera”) y grupos de la clase media indignados porque su aspiracionismo, individualismo extremo, devoción al mercado, fanatismo, discriminación, blanqueamiento, misoginia y racismo, los aparta de la 4ª transformación. En suma, una derecha con tintes fascistas, clasistas y racistas que abreva en el siglo pasado (antes, durante y posterior al nazismo y al fascismo).

Sin duda, el experimento impulsado por AMLO al interior de su partido, Morena, no solo busca construir un liderazgo capaz de relevarlo, también alienta que seguidores, simpatizantes, militantes, ciudadanos de diversos sectores, participen, tanto en el cambio como en su continuidad. Igualmente, trata de profundizar lo que ha llamado la revolución de las conciencias, proceso que no acaba de interiorizarse entre los mexicanos, pues como todo fenómeno social, ideológico y político, su enraizamiento no está ceñido a marcos sexenales. Se trata un proceso de larga data. AMLO, el líder, está sentando las bases, en medio de obstáculos diversos encabezados por amplios sectores de la derecha, por ello es fundamental lo que estamos observando: cuatro fuertes personajes morenistas y dos de partidos políticos aliados, compitiendo por un papel protagónico más allá de AMLO. No es solo un candidato a la presidencia para 2024, sino un líder que encabece una siguiente etapa del movimiento de la izquierda y sus aliados en las próximas décadas.

La derecha –por eso intenta judicializar el proceso interno de Morena- es claro que en sus limitaciones, ausencia de liderazgos, personajes acotados por sus mismas prácticas políticas asociadas y ejercidas al amparo de partidos políticos como PAN y PRI, gobiernos prianistas y elites económicas y políticas ligadas a ambas organizaciones y sus gobiernos, sabe que el 2024 es crucial, no solo para su supervivencia política, sino también para conservar un aparato judicial y electoral que la ha favorecido por décadas. En el PAN y el PRI, excepto la alianza que Ernesto Zedillo tejió con el PAN y el empresariado derechista que llevó al triunfo al peor presidente en décadas de México, Vicente Fox, saben que los gobiernos de Felipe Calderón (PAN) y Enrique Peña Nieto (PRI), solo pudieron encumbrarse por sendos fraudes electorales que las estructuras judiciales y electorales avalaron en su momento. Y saben también que AMLO en 2018 ganó la presidencia de la República a pesar del fraude electoral que pergeñaron, pero no fue suficiente.

En este sentido, el experimento obradorista busca poner cierto orden al relevo presidencial y que Morena no se fragmente. Asimismo, prefigura –sabiendo que es imposible- la idea de transferir la popularidad de AMLO a su sucesor, pero después de que quienes pretenden sucederlo se enfrenten al apoyo o rechazo de los ciudadanos que apoyan la transformación y a AMLO. El presidente de la República, imprime cierta mesura a la construcción de la democracia liberal por medio de un debate activo, aunque en los hechos no se plantea así en los compromisos que firmaron los aspirantes. Asimismo, muestra una nueva forma de actuar del presidente y su papel en la construcción de la democracia, lo que refleja la añeja crisis de la democracia liberal y las instituciones que se diseñaron para dirimir conflictos mediante elecciones cada cierto tiempo. Con todo, en México la democracia liberal siempre estuvo acotada por el partido en el poder (PRI) y sus aliados (PAN), y colapsó cuando el neoliberalismo se enseñoreó como el pensamiento único, pues las elecciones se convirtieron en una simulación mercadológica.

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