En la última década, varias oleadas migratorias han recorrido largas
travesías. Gente buscando llegar a destinos soñados o al menos donde la
carencia, vulnerabilidad y la violencia no golpeen tan fuerte. Porque alcanzar
un territorio lejano, mitificado por la supuesta abundancia y una vida digna,
como el famoso “sueño americano” o la próspera Europa de fronteras abiertas, no
garantiza un inmediato cambio de las condiciones que hicieron a los migrantes
abandonar sus terruños. Asimismo, en el trayecto por países y sociedades
hostiles, montañas, ríos, mares, los sueños pudieron haberse acabado
abruptamente. Si bien, el andar de un lugar a otro explica el poblamiento
primitivo e histórico del mundo, la masividad de la movilidad humana actual no
puede ser entendida y explicada por la supuesta proclividad migratoria
milenaria del humano. La fase actual del capitalismo, determinada por la
debacle del neoliberalismo, la desigualdad, la concentración de la riqueza en
pocas manos, el salvaje extractivismo, la violencia estructural del Estado y la
delincuencia organizada, tienen mucho que ver con el proceso migratorio.
La migración sin duda es motivada por la expectativa de una mejor vida,
ingresos, condiciones favorables para la reproducción y las interacciones
humanas, pero el contexto actual ha agregado a la expectativa motivaciones más
que escalofriantes. La resiliencia y agencia de las personas son puestas a
prueba en sus propios países por verdaderos retos que las obligan a redefinir
sus expectativas de vida en el lugar que los vio nacer y crecer. Cambio
climático, sequía, deforestación, guerras entre naciones, guerras internas y de
carácter étnico, crímenes de lesa humanidad, guerra contra el narcotráfico,
cultivos ilícitos, violencia entre delincuentes, violencia delincuencial contra
la población, violencia del Estado, golpes de Estado, pobreza, marginación,
vulnerabilidad alimentaria, bloqueos económicos, políticas neoliberales y
globalizadoras que propician mayor pobreza y concentración de la riqueza, entre
otros múltiples factores, imprimen a la movilidad humana actual características
nada similares a las migraciones primitivas que llevaron a los humanos a ocupar
diversos territorios.
Durante la acumulación originaria, el despojo de tierras, el colapso de
las sociedades feudales, el surgimiento de la industria y la urbanización
acelerada, produjeron migraciones masivas del campo a la ciudad, de países y
territorios a otras naciones prósperas, de mercados laborales esclavistas, de
bajos ingresos, a otros en crecimiento en países boyantes. Durante al menos los
dos siglos pasados las migraciones norte-norte se impusieron. Posteriormente,
la movilidad humana sur-norte se consolidó. En el siglo XXI, el capitalismo,
con sus crisis, bloqueos económicos, golpes de estado, extractivismo, políticas
neoliberales, violencia estatal y delincuencial, ha estado empujando a miles de
personas a abandonar sus localidades y naciones de origen para sobrevivir. Los
procesos migratorios actuales no están desvinculados del capitalismo en sus
diversas formas: financiero, globalizador, neoliberal, extractivista, golpista.
El capitalismo salvaje ha reforzado la hegemonía de naciones y oligarquías
nacionales y transnacionales, dejando a la mayoría de los humanos la miseria
del supuesto de que la acumulación de capital en pocas manos, en algún momento
beneficiaría a las mayorías.
La crisis migratoria del siglo XXI nada tiene que ver con la supuesta
proclividad del humano a la movilidad. Está vinculada y promovida por la
acumulación capitalista, la recuperación de la tasa de ganancia, la
concentración de la riqueza en pocas manos, la pobreza, el clasismo, la
marginación, el racismo, las guerras. Es el momento para que los expertos y
estudiosos de la movilidad humana, revisen sus paradigmas y explicaciones. Los
actuales modelos analíticos y las políticas públicas ya agotaron, tanto la
comprensión como la explicación del fenómeno migratorio. Es hora de renovar la
mirada y dar paso al debate en el contexto del capitalismo actual.
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