La extrema derecha, racista, clasista, antiderechos humanos,
antiinmigrante, obsesionada con las armas, afecta a los atentados y asesinatos
masivos, orgullosamente evangélica que lee, relee y manipula su versión de la
biblia cristiana protestante, prepara un nuevo asalto al Capitolio, vía los
votos de millones de estadounidenses blancos, anglosajones, protestantes (WASP).
Donald Trump sabe leer la problemática que envuelve a ese sector de la
población estadounidense al que se dirige y lo apoya. Miedo, enojo, desconexión
con la realidad, fanatismo religioso, obsesión por las armas, violencia
doméstica, pobreza rural, rechazo al urbanismo amenazante, entre otros factores
que están cambiando profundamente a la sociedad estadounidense blanca, animan
al extremismo Trumpista. Aunque durante su primer mandato no resolvió las
dificultades en las que viven esas comunidades blancas racistas y clasistas,
los WASP siguen creyendo en sus vanas promesas, porque suponen que todos sus
problemas son causados por lo externo: inmigrantes y políticas públicas que
miran al extranjero, pero no a su circunstancia local, doméstica.
En eso reside el apoyo a Trump. El candidato republicano está anclado en
los extremismos, pero tanto el candidato derechista como sus simpatizantes y el
Partido Republicano, vieron frenado, momentáneamente, el entusiasmo que les
produjo la renuncia de Joe Biden a la candidatura presidencial, pues la
vicepresidenta Kamala Harris, una afroamericana, hija de un inmigrante indio y
una afroamericana, logró, en tiempo record, acopiar millones de dólares para su
campaña, los delegados suficientes para su nominación, mover las encuestas
–unas a su favor, otras acercando las preferencias- y atraer el voto de
diversos grupos minoritarios e indecisos. La elección presidencial en Estados
Unidos corre un rumbo en el que las decisiones aún están por ser tomadas. En
menos de cuatro meses, el Partido Demócrata, después del desastre causado por
Biden, parece que disputará de manera cerrada la presidencia de ese país. En
este sentido, los escenarios sufrieron un cambio drástico para resaltar un
proceso que todavía no está definido.
Como quiera, lo que parecía el inminente regreso de la derecha populista
en Estados Unidos, esa que subraya su blanquitud, racismo y clasismo, como eje
de la ideología extrema republicana, hoy parece estar en entredicho. La derecha
en la Unión Americana, como en todo el mundo, está construyendo un camino para
enseñorearse, con la finalidad de recuperar lo que el proceso civilizatorio le
ha arrebatado: poder, dominación, imposición, racismo, clasismo. El
neoliberalismo ha tenido resultados contradictorios. Por un lado, fundamentó la
pobreza y el hundimiento de millones de seres humanos, a favor del
enriquecimiento de unos pocos, y por el otro, promovió una “libertad” de
mercado que permitió al proceso civilizatorio que floreciera una sociedad de
derechos, cierta igualdad, ciudadanización y democracia. El problema es que la
derecha regresa al escenario político e ideológico buscando derribar todo lo
que en su cerrado pensamiento es contrario a sus fines.
Como quiera, al menos en Estados Unidos, Trump y el trumpismo, de
sostener Kamala Harris su pelea por la presidencia de ese país, tiene sus
límites. Incluso, la reforma al Poder Judicial propuesta por Joe Biden –sobre
la que no hay temores infundados o arrebatos derechistas sin ton ni son como en
México, propone acotar a la Suprema Corte, para evitar que la derecha y
ultraderecha impongan una sociedad en la que los derechos de los estadounidenses
sean violentados por quien tenga la mejor ocurrencia, defendidos por la Suprema
Corte, sin importar el socavamiento de la sociedad. En Europa, la derecha ha
logrado triunfos electorales por similares razones: inmigración, pueblos de
otro color de piel y cultura, supuesto secuestro de empleos para blancos –los que
jamás harían, porque blanden su blanquitud como un privilegio para tener
mejores empleos- y cambios profundos en la sociedad con el reconocimiento de
derechos para todos.
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