En su momento, AMLO abordó con particular interés público el caso de los
órganos autónomos, creados en el contexto del neoliberalismo, con la finalidad
de promover la competencia e innovación, pero en realidad sirven para
justificar las veleidades del mercado y favorecer a las empresas privadas y la
oligarquía. Desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo, de las
reformas al artículo 27 constitucional que sujetaron las tierras ejidales al
mercado, generando una nueva concentración de la tierra en pocas manos, a las
llamadas reformas estructurales impuestas por Enrique Peña Nieto con el apoyo
del PRIANRD, pasando por la destrucción de empresas públicas como Luz y Fuerza
del Centro que lanzó a las calles del desempleo a más de 40 mil trabajadores,
situación orquestada por la dupla del narcogobierno encabezado por Felipe
Calderón y Genaro García Luna, el objetivo ha sido favorecer la depredación del
país.
Competencia, competitividad, innovación, son tres términos que han
devenido mitos geniales del neoliberalismo en México. Fueron el gran pretexto
para inventar organismos reguladores que no regulan, porque en nuestro país los
monopolios privados abundan. Los mal vistos son los públicos. Según esa terminología,
las empresas públicas no compiten, pues no crean riqueza e impiden a la
iniciativa privada invertir libremente; no son competitivas, pues son
ineficientes, burocráticas y corruptas, y no innovan, inhiben la innovación, porque
no compiten ni son competitivas. Son un lastre para el mercado. De ser verdad,
entonces ¿por qué empresas públicas con números rojos, como Telmex, fueron
malbaratadas? ¿por qué Pemex fue fragmentada y algunas de sus filiales fueron
vendidas sin ganancias para la empresa estatal? Preguntas similares pueden ser
hechas sobre la industria eléctrica. La producción de energía eléctrica era
parte de un monopolio privado, cuyos privilegios abarcaban no pagar por la infraestructura
y la transmisión eléctrica.
Hoy, con la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y la aprobación
en lo general de una iniciativa que desaparecerá a siete órganos “autónomos”, la
oposición grita sus supuestas bondades, pero nada dice que fueron pillados en
corruptelas y favoritismos. Pero no es solo ese el problema. Los autollamados
órganos autónomos han construido sus propios castillos de privilegios,
corruptelas y saqueos. Las estructuras burocráticas han sido erigidas, no para
regular lo que en sus normas plantean, sino para favorecer componendas
económicas y políticas, además de que, como en el INE, por ejemplo, esos
organismos eran repartidos acorde con los intereses de los partidos políticos,
cabilderos de empresas privadas y la oligarquía. Más de 30 mil millones de
pesos han costado al erario público, mientras se han convertido en espacios
para las componendas con transnacionales y negocios nacionales.
Que desaparezca el INAI, el IFT, la COFECE, el CONEVAL, entre otros
órganos autónomos, no causará inestabilidad o retroceso, pues las funciones de
los mismos existían previamente a su declaración de organismos
constitucionales, con lo que se pretendió blindar al mercado y los negocios
privados, condenando a las empresas públicas a la desaparición. La autonomía
técnica prevalece, pero se les quita la protección constitucional para avalar
componendas, fraudes, negocios, privilegios, corruptelas y saqueos. En Estados
Unidos, Canadá, la Unión Europea, existen organismos que cumplen con las
funciones técnicas de los supuestos órganos constitucionales mexicanos, y jamás
se ha inventado la “necesidad” de protegerlos en las Constituciones de esos
países y áreas económicas. Para el neoliberalismo mexicano era “necesario”,
pues no se trataba de innovación, competitividad y competencia, sino de tener a
la disposición de las transnacionales y las empresas mexicanas instancias que
protegieran sus negocios y arreglos.
La oposición afirma que se afectan los derechos humanos, la estabilidad,
a los consumidores, pero son solo parte de una narrativa de la derecha, que
pretende defender instancias a las que ahora llaman “contrapesos”, cuando en la
Constitución solo se les dieron funciones técnicas y regulatorias. Los siete
organismos autónomos que desparecerán, jamás han sido “contrapesos”.
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