La conmemoración del Día Internacional para la Erradicación de la
Violencia contra las Mujeres o Día Naranja, el 25 de noviembre, decretado
oficialmente por la ONU en 1999, nos recuerda que, en el capitalismo, la
sociedad patriarcal sigue ejerciendo las peores violencias contra las mujeres
de todo el orbe. No hay nada que celebrar, sino arreciar la marcha hacia una
sociedad en la que el proceso civilizatorio arraigue una cultura en la que los
hombres respeten la vida, el cuerpo, los sueños, los intereses, las
aspiraciones, de las mujeres. En México, una mujer es asesinada cada 2.5 horas,
pero no es un homicidio o una muerte “simple”; es un feminicidio, porque a las
mujeres los hombres –parejas, familiares, crimen organizado, delincuencia- las
matan por ser mujeres. Son crímenes de odio.
Asimismo, la violencia contra las mujeres tiene otras manifestaciones:
bajos salarios, discriminación laboral y social, violencia económica, familiar,
psicológica, vicaria, abusos, maltrato violaciones. Y la situación puede ser
más grave tratándose de mujeres indígenas, de comunidades originarias y
afromexicanas. Todavía, por ejemplo, en algunas comunidades de Oaxaca, la venta
de las niñas es parte de las prácticas locales. En la violencia contra las
mujeres, no solamente el Estado mexicano tiene un papel; igualmente, la Iglesia
católica y el Poder Judicial. A nivel nacional se multiplican los casos de
mujeres encarceladas por abortar, independientemente de las circunstancias. No
olvidemos el caso de una niña de 14 años, a quien el fiscal de Querétaro ordenó
prisión domiciliaria y la había condenado a pagarle, a su violador, 500 mil
pesos por un aborto espontáneo. Muchas mujeres están en la cárcel por
defenderse de su agresor.
El patriarcado no descansa reglamentando y normando la vida
reproductiva, sexual, laboral, emocional, sentimental de las mujeres. A la
mayoría, se les educa para ser objetos sexuales. Objetos para el uso, abuso y
disfrute del hombre. La erradicación de la perversa “costumbre” del piropeo
lascivo, pervertido y lujurioso, es difícil, porque hay mujeres que, como parte
de su educación como objeto sexual, lo esperan y celebran. Si los hombres no
las lascivan en la calle, se sienten rechazadas. Pero no es porque solo porque
se vean así mismas como objetos sexuales, sino porque el patriarcado las educó
de ese modo y les exige actuar en consecuencia.
La presidenta Claudia Sheinbaum, lanzó una campaña para concientizar y
erradicar la violencia contra las mujeres, porque no es normal. Aunque el
patriarcado y el machismo en que las cosas son como los hombres deciden, es
necesario ponerle un alto a las múltiples violencias contra las mujeres. En las
relaciones, interacciones y vínculos entre los hombres y las mujeres, nada es
natural ni normal. Todo está atravesado por construcciones sociales,
culturales, económicas, políticas, religiosas y de género. La manera en la que
los hombres perciben e interactúan con las mujeres, está socialmente construida
por el género. Y no, la “ideología de género”, espantajo terminológico
inventado por el machismo, la derecha y el fascismo, no existe. El género es
una construcción social y cultural, basada en las expectativas del patriarcado
y el machismo sobre las mujeres. No hay nada natural.
En el actual sexenio, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, quien
afirma de manera contundente que no llegó sola, sino todas las mujeres, la erradicación
de la violencia contra las mujeres es esencial. De ningún modo se hace a un
lado a los hombres, pero sí se les exige que repiensen su sitio en el entramado
social, cultural, económico, político, religioso, que sostiene al patriarcado y
el machismo. Las masculinidades están obligadas a cambiar. Es necesario que la
sociedad mexicana rechace las normas heterosexuales, machistas y patriarcales. No
habrá paz si la violencia contra las mujeres no es erradicada. Los feminicidios
deben parar. Los hombres machistas, libidinosos, deben asumir que la
transformación urge detener la violencia de todo tipo.
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