Deshumanizar, de eso se trata la amenaza de deportación masiva. Solo los
humanos blancos y protestantes son humanos. Los demás son indeseables,
criminales, invasores. Envenenan la sangre estadounidense. Es el discurso de
Donald Trump, quien el 20 de enero de 2025 toma la Casa Blanca por asalto. No
es que no haya ganado las elecciones de su país. Lo hizo con gente que incluso
votó de otro modo previamente. El llamado de Trump de deshumanizar es claro,
pero Joe Biden no ha hecho nada diferente. El genocidio en Gaza representa muy
bien la postura blanca, anglosajona: los palestinos son cualquier cosa, menos
que humanos.
Donald Trump y los esbirros que ha nominado a importantes puestos en la
Casa Blanca, no son solo halcones, también varios son fascistas y de extrema
derecha. En Europa, algunos analistas niegan que Trump sea fascista. Intentan
deslindarlo de posiciones extremas y las amenazas que diariamente anuncia.
Quizás Europa no se sienta amenazada, porque Estados Unidos es su principal
socio y el país que sigue financiado -80% del total son fondos autorizados por
el Congreso estadounidense a Joe Biden, además del armamento para atacar
Rusia-, pues América Latina, Oriente medio y Asia si están entre sus objetivos
para intentar recuperar la influencia de ese país en el mundo.
Al deshumanizar y minimizar a los migrantes y a todos los pueblos no
blancos y europeos occidentales, Estados Unidos muestra su gran desprecio
contra una gran parte de la humanidad. Los estudios históricos, sociológicos y
antropológicos de las últimas décadas han demostrado con fuentes irrefutables
que, Adolf Hitler, no sustentó de la nada su crueldad y odio hacia los judíos
europeos, sino que sus bases estuvieron en grupos racistas y eugenistas de
Estados Unidos. El exterminio de los pueblos originarios y la confinación en
reservas de los que sobrevivieron, en la Norteamérica anglosajona, la invención
de la eugenesia, teoría que proclamaba el supremacismo blanco, el supremacismo
como elemento esencial, ideológico, social, racial y político de la población
blanca protestante (WASP), el Ku Klux Klan con su racismo extremo, entre otros
factores, alimentaron el nazismo.
En este sentido, la deshumanización de los inmigrantes no blancos, no
europeos, de los palestinos y otros pueblos árabes (Gaza, Líbano, Siria, Irán),
es la esencia de Estados Unidos como país de inmigrantes. La Doctrina Monroe,
reivindica claramente la urgencia de “americanizar” las naciones y pueblos de
América Latina y del Caribe. Los golpes de estado, las dictaduras, las
invasiones, el intervencionismo, son parte de la política estadounidense. El
imperio, el imperialismo, términos que cayeron en desuso bajo el manto del
pensamiento único neoliberal, siguen siendo fundamentales para entender al país
del norte. No como parte de un eje del mal, sino como un aspecto fundamental de
la geopolítica. La política interna, doméstica, sigue normando cómo el
establishment, el llamado “Deep State”, domina al mundo.
Cuando la globalización llegó a su cenit, algunos estudios plantearon,
no sin razón, que en realidad el proceso económico, social, financiero y
comunicacional que implicaba la globalización, significaba la “americanización”
–norteamericanización, señalaban algunos- del mundo: las fronteras, los
estados-nación, los pueblos del mundo con sus particularidades organizativas y
socioculturales, tenían que ceder ante el individualismo extremo, el mercado y
la disolución de los vínculos comunitarios, colectivos y familiares que ataban
local y nacionalmente, recursos naturales, tierras, aguas, selvas, etc. Todo tenía
que estar sujeto a la mercantilización de las relaciones; todo tenía que
favorecer las nuevas formas de acumulación de capital, la recuperación de la
tasa de ganancia en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. La
deshumanización de la otra parte del mundo, es esencial. Los migrantes no son
humanos, son desechos de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario