La omnisciencia es un adjetivo referido a un atributo –exclusivo, se
afirma- de un dios. El que lo sabe todo, pasado, presente y futuro. El
capitalismo no es un dios, es un sistema económico, social, político, cultural,
que se acerca a la omnisciencia, porque impide –al menos eso parece- pensar,
individual y colectivamente-, en una alternativa que lo transforme, que
históricamente permita transitar a otro sistema. El fin de la historia de Francis Fukuyama, tuvo cierta razón cuando
setenció que, en la etapa neoliberal, dada la caída del llamado socialismo
realmente existente –la URSS derrumbándose- la historia se acababa. Esta
narrativa falsa, pretendió en su momento justificar el supuesto de que el
capitalismo es el sistema económico que reinará por siempre, mientras el
paradigma del socialismo y el comunismo era sepultado ante la supuesta
evidencia del triunfo del capitalismo.
Sin duda, el triunfo del capitalismo es evidente, pero su permanencia
histórica y ahistórica no es lo que muchos ven en su horizonte. La historia sin
fin es una de las fantasías de las oligarquías globales, pero los pueblos
avasallados y dominados, siguen viendo en su futuro otra forma de organización,
en la que la depredación, el capitalismo salvaje, no sean el destino final. El
cambio climático, por ejemplo, en su actual emergencia y consecuencias, es producto
del capitalismo salvaje y depredador; el problema es que el monologo
capitalista parece impedir pensar la solución –o al menos la mitigación- fuera
del capitalismo. El desarrollo sustentable, concepto acuñado en la segunda
década del siglo pasado para armonizar la explotación capitalista de los
recursos naturales con la acumulación capitalista, la tasa de ganancia y la
concentración del capital en pocas manos. El desarrollo sustentable es un mito
del capitalismo.
En este sentido, la narrativa en la que no se ve alternativa al
capitalismo, solo muestra la incapacidad de muchos pensadores, analistas y
académicos de imaginar un futuro más allá del capitalismo. Leo con interés las
entrevistas y notas de científicos que alertan sobre la catástrofe ambiental,
el cambio climático, los gases de efecto invernadero, el impacto de los
combustibles fósiles, la encrucijada de la humanidad, entre otros aspectos,
pero todo es abordado en los límites que el capitalismo propone. Es decir, en
análisis se estanca en lo que la humanidad puede o debe hacer acorde con el actual
sistema socioeconómico. No hay cuestionamiento –o muy limitado- a la
depredación de los recursos naturales, las limitadas opciones de las energías limpias,
la crisis civilizatoria a nivel global, la concentración de la riqueza mundial
en pocas manos. Las empresas de Elon Musk arman autos eléctricos, cuyo
millonario costo no es accesible para las mayorías.
Y en Europa, como parte de la guerra comercial contra China, se promueve
el uso de productos para las energías limpias locales, mucho más costosas y tecnológicamente
menos avanzadas que los bienes chinos. Entonces, el capitalismo impone sus
reglas, pero no promueve el libre comercio, como la globalización destaca. La llegada
de Donald Trump, acorde con sus amenazas, seguro dará un vuelco al libre
comercio, con sus ansias nacionalistas. El discurso de Trump elude el rechazo
de miles de WASP a hacer trabajos que solo los migrantes hacen. Hace unos
meses, un empresario WASP promovió varios puestos de trabajo a los que
respondieron algunos WASP, pero su respuesta fue realmente insuficiente. A algunos
se les dio el empleo, pero solo estuvieron un día y jamás regresaron. Esos son
los WASP de Trump.
El capitalismo omnisciente atrapa a muchos. Los críticos, por ejemplo,
del pensamiento único neoliberal, se niegan a pensar una sociedad
poscapitalista. Los pensadores del siglo XXI se niegan a pensar más allá del
capitalismo, como si esta sociedad fuera la última en la historia de la
humanidad. La sociedad humana suele soñar con sociedades posteriores, con situaciones
en las que no habrán cadenas que los aten a la estupidez humana que podría
acabar con el planeta.
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