A un día que tome posesión del gobierno, en suntuosa ceremonia que
congregará a la derecha y ultraderechas europea y latinoamericana, la guerra
mediática en contra los migrantes arrecia. Trump amenaza con hacer de Chicago
centro de las redadas para expulsar a los migrantes. No olvidemos que esa
ciudad ha sido, desde el siglo XIX, pero sobre todo el XX, núcleo primordial de
asentamiento de una buena parte de la inmigración mexicana. Varios estudios
estadounidenses de fines de la centuria decimonónica y la primera mitad del
siglo pasado, dieron cuenta cómo los mexicanos fueron arribando a la región e
hicieron de La Villita un sitio esencialmente mexicano, sobre todo después de
que inmigrantes de origen europeo lo fueron abandonando para reubicarse en
otros sectores de la ciudad de los vientos.
En tanto, los miles inmigrantes asentados temporalmente en México, en
tránsito a Estados Unidos, afirman que ni Donald Trump los detendrá para
ingresar a ese país. En el extremo de estos dichos, parece que los migrantes,
sobre todo latinoamericanos, podrían arriesgar sus precarias vidas con tal de
vivir en el imperio que los rechaza, discrimina y criminaliza. Buscan ese “sueño
americano” que en realidad no es para los otros, sino solo para los blancos
anglosajones protestantes. Hay cerca de 40 millones de personas de origen
hispano o latino, de los que más de 35 millones tienen sangre mexicana. Los hispanos
son la minoría que mueve la economía estadounidense, sus ingresos y gastos
implican miles de millones de dólares. E incluso, los indocumentados pagan
impuestos, y buena parte sirve para las pensiones y jubilaciones de los WASP.
Como quiera, la travesía de los migrantes que transitan México no puede
ser desandada, dicen muchos. Salieron de sus países por múltiples causas, pero
la expectativa de una vida diferente es lo que los motiva. En Guatemala, El
Salvador, las remesas son parte esencial de la vida de miles de familias y
aportan al PIB porcentajes arriba del 20%. Es decir, los gobiernos de ambos
países, muchos sumidos en la corrupción y el saqueo, han decido no invertir
nada por sus habitantes y mejor dejar que las economías nacionales se sostengan
de los ingresos de sus connacionales viviendo en Estados Unidos. En el último
tercio del siglo XX, muchos salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, emigraron
al país del norte por medio de estatus especiales o como fuera –refugiados políticos
sobre todos, maras, etc. Miles se quedaron y hoy, sostén de las economías
locales, regionales y nacionales de sus países, están amenazados con
deportaciones.
La amenaza Trumpista, podría ser mediática, pues sus Órdenes ejecutivas
del primer día, incluso subsecuentes, tendrán que contar con fondos aprobados
por el Congreso. Algunos expertos han calculado en miles de millones de dólares
los procesos de expulsión, mientras el sistema judicial estadounidense no
soportaría la andanada de demandas legales, a menos que el gobierno de Estados
Unidos decida pasarse por el “arco del triunfo” las leyes migratorias vigentes,
muchas de las cuales no se resolverían con las Órdenes ejecutivas del presidente,
sino que tendrían que pasar por complicados procesos legales. Claro, excepto
por los que ya tienen órdenes de salida legales, pero están presos y quienes,
no estando presos, tienen ya órdenes de salir del país y las han eludido de alguna
forma.
A los migrantes en tránsito en México, nada parece vencerlos. En algunas
ciudades de tránsito han permanecido varados por meses –quizás años- intentando
reunir algo de dinero en trabajos diversos y cruceros de calles importantes,
pero no parecen vencidos ante la supuesta expectativa de que al llegar a
Estados Unidos el sueño americano se les hará realidad. Donald Trump y sus
huestes WASP están dispuestos a que esto no será posible. Porque, más allá del
uso de las Órdenes ejecutivas y la legislación que lo permita, en algunos estados
fronterizos los gobiernos, estatales y locales, están dispuestos a impedirlo a
la mala. Ojalá las cosas no empeoren.
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