Donald Trump, llega a la Casa Blanca para intentar, según sus aires de
grandeza imperial, recuperar lo perdido. La amenaza es clara: que el imperio
sea grande –más grande, dijo-. Aunque afirmó, en su discurso inaugural, que no
irá a la guerra y buscará acabar con las guerras actuales –ya se verá que
responde el complejo militar-industrial, cuyas ganancias en las guerras
genocida en Gaza y Rusia-Ucrania, crecieron de manera exorbitante-, está
dispuesto a iniciar una guerra no convencional, una guerra comercial con todo
el mundo. El declive del imperio será enfrentado con un contrataque. La
posición Trumpista refleja también la severa crisis de Occidente, los
estertores del liberalismo occidental en sus versiones neoliberal y globalista,
la crisis civilizatoria occidental, y la crisis de la democracia liberal. El nacionalismo
Trumpista sepultará al neoliberalismo y la globalización.
Populismo y nacionalismo regresan a Estados Unidos, con la finalidad de
hacer grande a América de nuevo. La derecha y el fascismo en la toma de
posesión de Trump, tuvieron su gran fiesta. De América Latina, llegó la extrema
derecha. Javier Milei de Argentina, Nayib Bukele de El Salvador y Daniel Noboa
de Ecuador, asistieron al aquelarre fascista. Aunque estos presidentes latinoamericanos
tomaron el poder por la vía electoral, no les importa la democracia burguesa. Les
estorba. En su momento, maniobrarán para quedarse a la fuerza, si es posible.
Donald Trump llegó igualmente con el voto de los ciudadanos estadounidenses,
quizás el más criticable haya sido el de la población latina o hispana. Un voto
analíticamente complejo. Hay sectores que acusan de traición, mientras otros
afirman que solo ejercieron con lo que arribaron a Estados Unidos, una carga
político e ideológica conservadora, además de huir de países acusados de
comunistas.
Donald Trump llegó y unas horas después anunció el cierre fronterizo a
la inmigración y amenazas de deportaciones masivas. Canceló el programa de
Biden, CBP-One, por medio del cual los migrantes pedían cita para revisar sus
casos y darles o no refugio y acceso a territorio estadounidense. Asimismo,
Trump afirmó que unas 80 acciones de política migratoria de la administración
Biden quedarían sin efecto. Es decir, de nuevo el sistema migratorio de Estados
Unidos será cambiado por cuestiones raciales, políticas, ideológicas. No se
trata nada más de expulsar inmigrantes, sino de poner barreras. Las batallas
legales serán largas y tediosas para los amenazados de deportación, porque no
necesariamente la Órdenes ejecutivas pueden acabar con la legislación migratoria
de un plumazo.
Si bien, encabezó una pausa en el genocidio en Gaza, lo que no es
garantía de que el sionismo detenga la matanza de palestinos, anunció la salida
de Estados Unidos de los acuerdos climáticos –el “Green new deal”, le llamó-,
además de asegurar que regresará la producción y uso intensivo de combustibles
fósiles –los estadounidenses podrán comprar el auto que quieran, no
necesariamente eléctricos, dijo- y celebró el regreso de las manufacturas para
que los obreros de ese país –un sector en decadencia, que quizás ignore el
mismo presidente Trump- tengan suficientes empleos y se sientan orgullosos de
su país. Se espera que en unos días advierta sobre una tregua en la guerra
Rusia-Ucrania. En su discurso reivindicó su supuesto compromiso como “peacemaker”,
pero pronto iniciaría guerras comerciales en varios frentes. Aunque al parecer
todavía no firma la Orden ejecutiva de los aranceles a Canadá, México, China y
países europeos, la prensa canadiense reportó que a partir del 1 de febrero
aplicaría las nuevas tarifas, tanto a nuestra nación como a Canadá, pero no
citó un porcentaje específico.
El imperio contrataca, anuncia la “nueva edad de oro” de Estados Unidos:
entre racismo, clasismo, odio antiinmigrante, supremacismo blanco y uso de la
religión para afirmarse cómo los WASP son el pueblo elegido. Los MAGA –Make America
Great Again- serán orgullosos fascistas.
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