La política antiinmigrante de Donald Trump, ha convertido el odio y el
desprecio a los humanos que no se le parecen, en política pública. La Alemania
nazi, no solo asesinó sistemáticamente a judíos, homosexuales, gitanos y otros
seres humanos, sino también convirtió el genocidio en política pública. Trump
va por un camino en el que la limpieza étnica es su gran objetivo. La
criminalización de los inmigrantes en su país, implica, no solo expulsar a
miles de migrantes de otras nacionalidades y orígenes étnicos diversos, también
imponer políticas que buscan limpiar de poblaciones indeseables. No olvidemos
que, durante su campaña electoral, afirmó que los inmigrantes envenenaban la
sangre estadounidense, es decir, la blancura WASP está siendo contaminada por
gente que llegó a Estados Unidos de manera ilegal y amenaza la “pureza” racial.
Como en la Alemania nazi, el Trumpismo está institucionalizando el odio.
La criminalización de los inmigrantes, la amenaza con encarcelar a unos 30 mil
migrantes en Guantánamo, algunos de los cuales están en cárceles, pero muchos
no habrían sido procesados penalmente, es decir, los confinarían por no cometer
ningún delito. La política antiinmigrante de Trump no es solo para agradar y
cumplirle a sus votantes, sobre todo los WASP, sino reestructurar el sistema
migratorio de Estados Unidos. El control migratorio con miedo, aterrorizando a
familias y comunidades de migrantes, tiene la finalidad de crear un marco
ideológico y político que evite que los migrantes lleguen a territorio
estadounidense. Expulsarlos, encarcelarlos, repelerlos de las formas más
inhumanas posibles, es el odio de un blanco, presidente criminal, hacia el
otro.
Hay múltiples mensajes en los que Trump asume que los inmigrantes no
blancos, son indeseables, criminales, asesinos, que introducen el fentanilo que
afecta a la población blanca, pero datos del mismo gobierno estadounidense
afirman que quienes llevan fentanilo y otras drogas a Estados Unidos, son
ciudadanos estadounidenses, además de que su diseminación en las calles de ese
país es producto de las actividades delincuenciales locales. Asimismo, el acre
individualismo de la sociedad estadounidense rechaza cualquier intento de
atender, no solo la ola de muertes por fentanilo, sino también las adicciones
como parte de un problema de salud pública, no simplistamente individual. Por ello,
las farmacéuticas andan elaborando nuevas drogas para contrarrestar los
devastadores efectos del fentanilo, además de no haber una política pública que
advierta sobre las implicaciones de las adicciones. Existen costosas instancias
para la desintoxicación, más caen en los mismos individualismos que suelen estar
relacionados con la proliferación de las adicciones.
En este contexto, el Trumpismo neofascista tiene que ver sin duda con el
desprecio de la vida humana, particularmente en contra de aquellos cuyo color
de piel es distinto al predominantemente blanco. La sociedad estadounidense
está extremadamente racializada. Si se revisan, por ejemplo, las categorías
censales, las bases de las acciones afirmativas, las cuotas laborales basadas
en razas, etc., nos percatamos que Estados Unidos tiene, en efecto, un problema
racial construido ideológica, social y políticamente, desvaneciendo las clases
sociales como el eje de la estructura capitalista. Es racial, plantean hasta
los más conspicuos académicos, no de clases. Por ello la institucionalización
del odio Trumpista tiene bases muy fuertes. El sur profundo, el cinturón de
cobre, son áreas en las que la racialización de las relaciones sociales entre
diversos grupos y clases sociales, son profundas e históricamente han sido
escenarios de hechos sangrientos, en los que el color de la piel sobresale.
Para Donald Trump y sus seguidores, el odio es consustancial al
neofascismo, pero, a diferencia de la primera mitad del siglo XX, no son los
judíos el objetivo. Sí los ciudadanos de origen latino/hispano. Son el nuevo
chivo expiatorio del extremismo WASP.
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