lunes, 24 de febrero de 2025

La institucionalización del odio

 

La política antiinmigrante de Donald Trump, ha convertido el odio y el desprecio a los humanos que no se le parecen, en política pública. La Alemania nazi, no solo asesinó sistemáticamente a judíos, homosexuales, gitanos y otros seres humanos, sino también convirtió el genocidio en política pública. Trump va por un camino en el que la limpieza étnica es su gran objetivo. La criminalización de los inmigrantes en su país, implica, no solo expulsar a miles de migrantes de otras nacionalidades y orígenes étnicos diversos, también imponer políticas que buscan limpiar de poblaciones indeseables. No olvidemos que, durante su campaña electoral, afirmó que los inmigrantes envenenaban la sangre estadounidense, es decir, la blancura WASP está siendo contaminada por gente que llegó a Estados Unidos de manera ilegal y amenaza la “pureza” racial.

Como en la Alemania nazi, el Trumpismo está institucionalizando el odio. La criminalización de los inmigrantes, la amenaza con encarcelar a unos 30 mil migrantes en Guantánamo, algunos de los cuales están en cárceles, pero muchos no habrían sido procesados penalmente, es decir, los confinarían por no cometer ningún delito. La política antiinmigrante de Trump no es solo para agradar y cumplirle a sus votantes, sobre todo los WASP, sino reestructurar el sistema migratorio de Estados Unidos. El control migratorio con miedo, aterrorizando a familias y comunidades de migrantes, tiene la finalidad de crear un marco ideológico y político que evite que los migrantes lleguen a territorio estadounidense. Expulsarlos, encarcelarlos, repelerlos de las formas más inhumanas posibles, es el odio de un blanco, presidente criminal, hacia el otro.

Hay múltiples mensajes en los que Trump asume que los inmigrantes no blancos, son indeseables, criminales, asesinos, que introducen el fentanilo que afecta a la población blanca, pero datos del mismo gobierno estadounidense afirman que quienes llevan fentanilo y otras drogas a Estados Unidos, son ciudadanos estadounidenses, además de que su diseminación en las calles de ese país es producto de las actividades delincuenciales locales. Asimismo, el acre individualismo de la sociedad estadounidense rechaza cualquier intento de atender, no solo la ola de muertes por fentanilo, sino también las adicciones como parte de un problema de salud pública, no simplistamente individual. Por ello, las farmacéuticas andan elaborando nuevas drogas para contrarrestar los devastadores efectos del fentanilo, además de no haber una política pública que advierta sobre las implicaciones de las adicciones. Existen costosas instancias para la desintoxicación, más caen en los mismos individualismos que suelen estar relacionados con la proliferación de las adicciones.

En este contexto, el Trumpismo neofascista tiene que ver sin duda con el desprecio de la vida humana, particularmente en contra de aquellos cuyo color de piel es distinto al predominantemente blanco. La sociedad estadounidense está extremadamente racializada. Si se revisan, por ejemplo, las categorías censales, las bases de las acciones afirmativas, las cuotas laborales basadas en razas, etc., nos percatamos que Estados Unidos tiene, en efecto, un problema racial construido ideológica, social y políticamente, desvaneciendo las clases sociales como el eje de la estructura capitalista. Es racial, plantean hasta los más conspicuos académicos, no de clases. Por ello la institucionalización del odio Trumpista tiene bases muy fuertes. El sur profundo, el cinturón de cobre, son áreas en las que la racialización de las relaciones sociales entre diversos grupos y clases sociales, son profundas e históricamente han sido escenarios de hechos sangrientos, en los que el color de la piel sobresale.

Para Donald Trump y sus seguidores, el odio es consustancial al neofascismo, pero, a diferencia de la primera mitad del siglo XX, no son los judíos el objetivo. Sí los ciudadanos de origen latino/hispano. Son el nuevo chivo expiatorio del extremismo WASP.

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