El arte también es violento, pero como Eric Hobsbawm afirmó, las
tradiciones son inventadas. Por lo que el proceso civilizatorio también implica
cambios profundos en costumbres, tradiciones y prácticas sociales y culturales
que muchas sociedades han inventado para crear comunidad, colectividad, pero
que finalmente la concientización de la humanidad lleva a alumbrar una
consciencia que favorece dejar el horror de la violencia, no solo contra los
animales, sino en contra de los humanos. En Estados Unidos y Europa, países que
se jactan de ser “altamente civilizados”, diversos estudios psiquiátricos,
psicológicos y socioantropológicos, han concluido que matar y asesinar animales
es un paso hacia la conversión de muchos en asesinos seriales. Comienzan
maltratando y matando animales y terminan abusando y asesinando humanos –mujeres
y hombres.
Según tales estudios, maltratar y asesinar animales es parte de un
contexto en el que se celebran esas prácticas. En España, México y
Latinoamérica en general, se ha refinado social y culturalmente al torero y la
tortura y muerte de animales que son criados para matarlos en un espectáculo
perverso e insano. Este escribano no sugiere que los toreros sean potenciales
criminales, pero es obvio que gozan sus faenas y la eliminación de un animal
cansado, lloroso y vulnerable. Igualmente, le dan millones de ingresos a los
dueños de los toros que criaron para que fueran matados en un contexto que
jamás será una tradición. Las tradiciones las comparte una comunidad entera,
pero no es así en cuanto al espectáculo torero. Hay, a pesar de las quejas de
los fanáticos del torerismo, en medios incluso de izquierda, como La Jornada,
sinsentidos que únicamente alimentan la violencia contra los animales.
La violencia contra los animales existe. No es una entelequia, un invento
de algunos que los defienden. Así como entre los humanos hay violencia sistemática,
hacer de una práctica social y cultural un espectáculo en el que un hombre y
sus esbirros someten a un animal, bajo el supuesto de que fue criado para ser
matado, cuando el toro no tiene consciencia de su violenta muerte, es simple
violencia. Efectivamente, la violencia entre los humanos –mujeres, niños,
niñas, guerras, etc.- suele ser más llamativa, pues los medios corporativos, de
cualquier tendencia ideológica y política, y las redes sociales, la exhiben en
vivo y sin ambages, se trata de la normalización de situaciones que, como en el
caso de la llamada tauromaquia, implica más violencia. Asistir a una corrida de
toros es normalizar la violencia humana contra los animales. Es lo que no
entienden los fanáticos del torerismo.
Argumentarán ¿y qué pasa en los rastros, los criaderos de aves, los
criaderos de vacas, cerdos y otros animales que son sacrificados para la
alimentación humana? Si bien, también se abusa y maltrata de los animales, no
es comparable justificar un espectáculo en el que se normaliza, vía un show
mediático y mediatizable, una masacre en contra de un animal que responde instintivamente
a los embates de un hombre que solo busca el lucimiento de un supuesto arte,
quien vestido con un traje lleno de parafernalia transexual –pido disculpas por
usar inapropiadamente el término- que exhibe ante las excitadas multitudes su
abultado miembro, tiene en mente humillarlo y finalmente matarlo. No es arte.
Es simplemente un espectáculo del capitalismo salvaje. Cuando la lidia de toros
surgió no se buscaba simplemente matar por el lucimiento de un perverso torero,
cuyas ventas en taquilla le dan buen dinero, sino que respondía al morbo de la
realeza y la nobleza medieval.
El espectáculo de la tauromaquia atenta contra el proceso civilizatorio,
en el que la humanidad ha arrebatado al patriarcado capitalista derechos
humanos esenciales, pero entre ellos, está la lucha por los derechos de los
animales, los que existen. No son entelequias. Urge acabar con la mal llamada “fiesta
brava”. Con ese nombre debemos entender que no es más una tradición. Es un
simple negocio que gozan quienes lo defienden.
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