Recuerdo bien que cuando la globalización se abría camino, un economista
de “izquierda” me dijo que la globalización era irreversible. El capitalismo
parecía triunfar de nuevo, a pesar de sus crisis cíclicas. Había encontrado la
manera de que la tasa de ganancia no siguiera cayendo. El Consenso de
Washington parecía augurar un capitalismo por siempre. De ahí el famoso libro
de Francis Fukuyama –El fin de la
historia- quien afirmaba que ya no había más allá del capitalismo, que
celebraba la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS a fines de los
ochentas del siglo pasado. El marxismo, el comunismo, el socialismo, estaban
sepultados bajo los pesados escombros de ese muro que separaba la Alemania
capitalista de la comunista.
Pero hoy, en la era Trump, asistimos al fin de la globalización, la que
en realidad desde antes de Trump se ha estado cayendo, particularmente con el
fracaso del neoliberalismo a cuestas. Parece que, en términos de geopolítica,
tres naciones –Rusia, China, Estados Unidos- serán las que rijan el destino del
capitalismo actual. El previsible fin de la guerra Rusia-Ucrania –si es que el
comediante de 5a Zelensky y sus amigos de la Unión Europea no meten zancadilla-
anuncia también el fin geopolítico de la Unión Europea, cuyo apoyo a la marioneta
Zelensky se cae ante Donald Trump y sus secuaces en Washington. Tierras raras o
nada, le dijo a Zelensky.
El 2 de abril no es el “día de la liberación” de Estados Unidos, sino de
una pavorosa regresión económica que implica un nuevo sistema comercial y el
fin de la globalización. El retiro de ese país de diversos acuerdos y
organismos unilaterales, están reconfigurando el mundo, bajo el acérrimo proteccionismo
estadounidense a una inexistente planta industrial. Pues falta ver si las
transnacionales de ese origen deciden trasladarse a territorio estadounidense,
lo que sería a un alto costo, además de que los WASP seguramente no estarían
muy dispuestos a trabajar en la supuesta reindustrialización del país del
norte.
Los aranceles que Donald Trump impuso al mundo entero, incluidos sus
socios comerciales y bélicos, los que van del 10% a más del 80%, socavan el
libre comercio como el Consenso de Washington lo planeó, como los neoliberales
lo aplicaban –a rajatabla-, como las transnacionales lo pusieron en práctica, y
como los globalifílicos lo soñaron. Trump está reorganizando el libre comercio,
haciendo caso omiso del neoliberalismo y centrando su estrategia en el proteccionismo.
Lo anterior no va a implicar, de manera automática, la reindustrialización de
Estados Unidos, pero sí es el fin de la globalización. Tampoco estas nuevas
condiciones impuestas al comercio mundial, van a convertirse muy pronto en la
norma, porque los países a los que se les impusieron las tarifas van a
responder, quizás con similar belicosidad comercial.
No hay dudas del simplismo de Trump y su equipo “económico”, que en
realidad es fundamentalmente ideológico y político, al calcular los aranceles y
tener certeza de los supuestos “robos” de los otros países en contra de Estados
Unidos. Lo que algunos llaman la “nueva arquitectura comercial”, es en realidad
un conjunto de aranceles a países que aparentemente arrebatan riqueza a los
estadounidenses. En todo caso, es a las empresas transnacionales de ese país a
las que debería cargarle tales tarifas y no a las naciones, cuyo auge económico
es producto de la globalización que el gobierno republicano –Ronald Reagan- de
su momento impulsó a favor de la oligarquía estadounidense. Recuperar la tasa
de ganancia y redefinir las formas de la acumulación capitalista fueron
exitosas.
Cuando muchas industrias estadounidenses abandonaron ciudades y áreas
como el cinturón del cobre, no lo hicieron por un simple rechazo a los
trabajadores de Estados Unidos, sino buscando que la tasa de ganancia se
recuperara, lo que la reorganización de la producción –en particular la
fragmentación del proceso productivo- y la renovación de la acumulación
capitalista lograron.
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