Revisando recientes artículos publicados por la prensa estadounidense en
torno a Tyler Robinson, el joven blanco, hijo de un republicano mormón, quien
nació en la localidad de Washington, Utah, habitada por poco más de 35 mil
habitantes, y cuya familia era reconocida y apreciada, es notable el sesgo
sobre lo “buena” que era la familia, el chico “tranquilo”, “incapaz” de hacer
lo que hizo. Los estupefactos vecinos de un lugar considerado puerta a una
idílica región del oeste estadounidense, no son más que los blancos
protestantes que supuestamente vivían en un paraíso republicano, en el que
Donald Trump era el héroe. Hoy, tienen un antihéroe, quien asesinó a otro héroe
ultraderechista que defendía lo que los habitantes de esa población defendían.
Hace un par de meses, vi en Netflix cómo se conformó un grupo fundamentalista
que se desprendió de la iglesia mormona, el cual defendía el “derecho” a la
poligamia, entonces legalmente repudiada. Los fundamentalistas que, en cuestión
de años, lograron convertirse en una importante secta, fue finalmente
denunciada porque su líder principal, no solo tenía relaciones con niñas y
entregaba a las niñas, hijas de las mujeres de ese grupo, a hombres mayores
para casarse. Era toda una industria de la pederastia y la pedofilia
institucionalizadas. El grupo subsiste, pero su líder central está encarcelado.
Narro este hecho, porque es buen ejemplo de la hipocresía de la derecha.
De seguro el documental está sesgado, como mucha de la producción de
Netflix, pero resume al extremo lo que muchas sectas protestantes en Estados
Unidos van generando a su paso. La estupefacción de los vecinos de Tyler
Robinson, es un ejemplo más de la hipocresía de la derecha estadounidense. El apoyo
que concitan a Donald Trump y sus seguidores, como fue el caso de Charlie Kirk,
refleja la ignorancia y la falta de información de muchos habitantes de
diversas localidades de Estados Unidos, los que se han volcado a favor de un
endemoniado republicano color naranja que explota muy bien esa ignorancia y
desinformación.
El presidente de Estados Unidos, está montado en un aparato
propagandístico en el que la desinformación es fundamental. Asimismo, la
ignorancia de muchos blancos estadounidenses es llevada al extremo para hacer
del odio la principal arma para supuestamente recuperar la “grandeza” de ese
país. Charlie Kirk, no solo explotaba esa ignorancia, sino también promovía el
odio en contra de las mujeres que abortaran, las personas LGBT+, los inmigrantes,
en particular de origen mexicano, y cualquier persona, cuyos derechos civiles y
humanos desafiaran la ignorancia y el odio de los blancos. Kirk era un católico
extremista, quien en una ocasión sentenció que, si una de sus hijas era
violada, la obligaría a tener el hijo no deseado. Era Kirk.
Sin duda, el odio racial y antiderechos de las personas, incluso
blancas, acercaron a los habitantes de Washington, Utah, incluido Tyler
Robinson, el niño “bien portado”, al odio del católico Charlie Kirk. Su postura
me hace recordar los tiempos de la Inquisición y de la intolerancia católica en
contra de judíos, musulmanes y otros seres humanos diferentes. Después de años
de rasgar en las historias familiares, me percaté que los criptojudíos fueron
obligados por el Papa en turno, y otras autoridades eclesiásticas, a abjurar de
su fe, y aceptar, para sobrevivir, los designios del catolicismo. No soy
anticatólico. Mi fe es católica, pero el extremismo y la hipocresía son
lamentables. El católico Charlie Kirk fue asesinado por un protestante, mormón.
Las historias se repiten, como diría Marx, pero en una tragicomedia interminable.
Un cristiano eliminó, desafortunada y dolorosamente a otro cristiano.
En los últimos meses, Kirk intentaba deslindarse de su apoyo al
sionismo. Aunque nunca mencionó agudamente el genocidio en Gaza perpetrado por
Benjamín Netanyahu, intentó deslindarse. Pero el odio estaba en marcha. Y,
aunque la izquierda buenaondita mexicana lo cuestione, Kirk fue asesinado por
su odio. El odio que promovió entre protestantes y católicos.
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