Si bien la cruzada electoral en Estados Unidos, es el contexto propicio
para los ataques y amenazas de invasión militar de algunos legisladores
republicanos y demócratas a México, en ese país la crisis del fentanilo, en
realidad una severa crisis de adicciones que ya no puede ser ignorada por la
sociedad, el gobierno, las elites políticas y la oligarquía estadounidenses,
está poniendo a prueba percepciones, conductas y relaciones familiares y
colectivas. El país del norte siempre ha sido catalogado como el del “sueño
americano”; un territorio pleno de libertades, donde importan más los
individuos y el poder adquisitivo, donde se celebra al creciente número de
millonarios y billonarios, donde no importa cómo, pero el éxito económico
materializa el sueño de una nación racializada y clasista, que repele el
fracaso económico individual y ensalza el cristianismo que alaba el dinero, el
triunfo, tanto en nombre de su dios cristiano, como a costa de lo que sea para brillar,
destacar, “ser alguien”; no un humano o una persona, solo el millonario o
billonario.
Las guerras de Estados Unidos contra el mundo –comunismo, drogas,
imperiales, socavamiento de la democracia que no se le parezca a su democracia,
raciales, entre otras- nunca han estado libres de adicciones. Sus ejércitos
siempre han llevado sus cargamentos, tanto para consumo propio como para
promover e imponer sus adicciones a los “enemigos”. Buena parte de las
adicciones en ese país, han sido sembradas por las grandes farmacéuticas, a las
que lo único que les importa son las ganancias. Los opioides son el mejor
ejemplo. Farmacéuticas y médicos en un sistema de salud privado al que no le
impresiona, menos le importa, la salud de los ciudadanos, promueven diariamente
el consumo “legal” de drogas para cualquier síntoma de enfermedades reales. Por
ejemplo, el estrés postraumático, la mayoría resultado de la guerra, abusos y
situaciones conflictivas extremas, externas e internas, requieren de drogas para
que los estadounidenses prosigan su vida cotidiana.
Pero también las drogas “recreativas” tienen una amplia aceptación. La legalización
de la marihuana, tanto para fines médicos como para uso personal, refleja un
problema histórico severo de adicciones. Si bien los individuos tienen la
libertad de elegir sus adicciones, a nivel público nunca se ha reconocido que
es un problema de salud pública. Se supone que el poder adquisitivo y el éxito
regulan las adicciones y el tipo de adicciones a las que se sujetan los
estadounidenses. El problema también es que, antes de visibilizar el problema
como interno, se busca culpar a otros países y pueblos como causantes de sus
adicciones. La guerra contra las drogas inventada por Richard Nixon, es el ejemplo
acabado. Por ello, la insoportable letalidad del fentanilo no ataca las
adicciones individuales de los ciudadanos estadounidenses, sino que busca
chivos expiatorios fuera de la nación norteamericana. Esa que, incluso
migrantes mexicanos y de otros orígenes, siguen catalogando como la “gran
nación”, pero ignoran sus perversidades y crímenes.
Estados Unidos no puede resumirse en su Constitución supuestamente
libertaria y ejemplo para el mundo, menos en la arrogancia de Tocqueville, que
creyó reconocer en ese país la “gran democracia”, tampoco en la doctrina Monroe
que buscó exportar la “democracia estadounidense” a otros países y pueblos por
medio de invasiones y golpes de estado. El hecho es que con cada invasión, el
país del norte no solo invadió países, sojuzgó pueblos, sino también exportó e
impuso el “american way of life” con la intención de desaparecer civilizaciones
y culturas que estorban al capitalismo salvaje, depredador y de cuates
prevaleciente en esa nación. Borrar otras culturas y sociedades es la finalidad
del capitalismo estadounidense. Ponerlos en vitrinas y museos para mostrar el
éxito del mercado y el cristianismo norteamericano sobre cualquier forma de
vida humana y natural. Hoy es la insoportable letalidad del fentanilo. Siempre
ha sido la insoportable necesidad del imperialismo estadunidense.
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