El neoliberalismo globalista va de salida, aunque organismos como el
FMI, BM, BID, lo siguen promocionando como la quinta esencia del capitalismo
global y salvaje. Sus notorios fracasos, irrepetibles a pesar del sangriento
experimento dictatorial en Chile, ya no convencen a muchos. El arribo de Donald
Trump al imperio, con el ímpetu de relanzar una “nueva era dorada”, acabará de
enterrar, no solo a la globalización, sino también a las transnacionales y multimillonarios
que no se plieguen a sus irracionales deseos. No es nuevo. Durante su primer
mandato cuestionó y desmontó buena parte del entramado global del que Estados
Unidos era parte esencial. Pero internamente se le impusieron algunos
obstáculos. En esta nueva administración, decidió rodearse de halcones y
depredadores capitalistas que seguirán sus órdenes, porque representan al
capitalismo salvaje también. No hay, entre sus funcionarios, moderados. La
rapacidad del capitalismo depredador será la consigna principal del imperio.
A fines del siglo XX, la globalización se erigió en la respuesta a la
caída de la tasa de ganancia, pues las formas de acumulación capitalista
parecían estar restringidas. Con el Consenso de Washington, que implicó
represión y acabar con sindicatos y movilizaciones –Gran Bretaña, Estados
Unidos-, el fordismo llegó a su fin. Las grandes fábricas fueron fragmentadas. Todos
los procesos productivos fueron divididos en diversos lugares del mundo,
buscando, sobre todo mano de obra barata, pero también la libre circulación del
capital financiero. Se abrió así un periodo globalizante en el que, para
obtener un producto final, en múltiples países se armaba. Se habló entonces de
competitividad e innovación. Los mercados estaban en auge. Todo era regulado
por la mano invisible. El neoliberalismo se impuso. El atroz experimento en
Chile era ahora realidad cobijado por las democracias occidentales.
La globalización y el neoliberalismo fueron, finalmente, un alivio a las
crisis cíclicas del capitalismo, mientras la tasa de ganancia y la
concentración de la riqueza en pocas manos seguía su trayecto. En el caso de
México, el PRI, con Carlos Salinas de Gortari en la presidencia, se afianzaron
ambos: globalización y neoliberalismo. De la reestructuración productiva de
Miguel de la Madrid, se pasó al capitalismo que devoró las empresas estatales,
empequeñeció al Estado, repartió dinero para que ONG y OSC se encargaran de “administrar”
los derechos humanos y cualquier asunto que el Estado neoliberal desechó. Durante
30 años, la globalización neoliberal se impuso, a costa de lo glocal –terminajo
inventado por la sociología funcionalista para justificar arrasar las culturas
y sociedades locales.
Donald Trump, desde su primer mandato, intentó acabar con la
globalización. Varios de sus decretazos en su actual mandato, son repetición de
lo hecho antes. En hecho es que ahora conformó un gabinete fascista que está
dispuesto a llevar a cabo sus perversos y mojigatos sueños. Acabar con la
diversidad sexual, al menos discursiva y legalmente; desarticular cualquier
forma de igualdad en el empleo; repeler los acuerdos para mitigar el cambio
climático; convertir en política pública la aversión de unos cuantos en contra
de las vacunas; hacer del uso de combustibles fósiles norma; desarticular los
esfuerzos mundiales y estadounidenses por regular la migración, entre otros
asuntos, dan dirección a una empresa imperialista fascista. No es solo que el
fascismo esté de regreso –en realidad el nazismo es una creación del extremismo
estadounidense con sus KKK, racismo y odio a lo diferente-, sino que el imperio
está dispuesto a ponerlo en práctica.
En realidad, la globalización y el neoliberalismo sucumbieron hace
mucho, a pesar de que el FMI, el BM, el BID, lo sigan promoviendo. Donald Trump
es su sepulturero. Para los fascistas, el capitalismo es interno al imperio. Su
discurso en el foro de Davos es claro. Las empresas globalistas tienen que
regresar a Estados Unidos para la “nueva era dorada”. Si no, aranceles.
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