miércoles, 7 de abril de 2010

Percepciones y reacciones

En el juego mediático, el “gobierno” mexicano y la Iglesia católica asentada en el Vaticano y sus representantes en México, han pretendido negar, escamotear y ocultar la gravedad de las situaciones en que ambos están involucrados. Los miles de muertos, el azoro y miedo de la población, los enfrentamientos, son desatinadas percepciones.
Respecto a la Iglesia católica, los abusos a niños y los curas pederastas, aunque ahora deben ser condenados y denunciados, son usados para “atacar”, “chismorrear”, “ofender”, al Papa y la institución. Nada se dice del encubrimiento e impunidad que ha rodeado al tema, menos de la falaz e hipócrita defensa de las jerarquías y sus conductas.
De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, la percepción es una “Sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos”; es también un “Conocimiento, idea”. La realidad violenta de nuestro país es, según la versión oficial, una impresión, una idea equivocada y exagerada.
Por ello, hay que hablar “bien” y “bonito” del país. Hay que “echarle ganas”; no permitir que los medios ni siquiera le cobren la propaganda, mala por cierto, a los capos con sus primeras planas de ejecutados, narcomantas y descuartizados. Todo son percepciones “mala leche” de una nación en plena recuperación y bonanza.
Finalmente, la versión oficial apela al juego mediático que inventó aún antes de adueñarse del aparato burocrático y administrativo del país. Propaganda que obsesivamente culpaba al adversario, respaldada por parte de la comentocracia de “izquierda” y derecha, de todos los males que podrían caer sobre México, si el voto inútil no le daba el poder.
Sin embargo, la percepción de que lo que vendría sería un segundo viaje al primer mundo (el primero fue encabezado por Salinas de Gortari), profusamente aderezado de imágenes triunfalistas de pleno empleo, seguro popular para todos, cero endeudamiento público, entre otros, se cayó antes de iniciar su derrotero, entre asesinatos y corruptelas.
La insistencia de que nuestra realidad cotidiana es falsa, como impresión e idea, resulta insana y esquizofrénica. La muerte de más de 18 mil conciudadanos, entre los que yacen cientos de nuestros niños, jóvenes, mujeres y hombres de diversa edad, ya no parece conmover a nadie. Menos al espectáculo mediático oficial.
El oficialismo percibe un México pujante, rumbo al primer mundo: recuperación de empleos, crecimiento significativo; por ello debemos tener una actitud asertiva, positiva. Pero la realidad es canija. Las cifras del pleno empleo están siendo manipuladas, el aumento del PIB, importante o no, tampoco refleja la realidad cotidiana.
La pederastia y el abuso a niños, cuyos casos se multiplican a nivel mundial (Estados Unidos, Austria, Alemania, Irlanda, México), ha implicado también una reacción insana por parte de las jerarquías católicas. Ni siquiera la Semana Santa y la Pascua conmovieron a los jerarcas para hacerlos humildes y aceptar sus yerros.
Entre algunos sectores de la población mexicana se ha pasado del azoro a la negación y percepción de que se está atacando a la Iglesia católica como fe y religión. No se admite que el cuestionamiento es a una institución que ha encubierto sistemáticamente el abuso, mientras ataca otras situaciones y derechos de la gente.
Sin duda estamos en un momento social y cultural complejo. Por un lado, un “gobierno” que intenta imponer una percepción discursiva y mediática de que la realidad es otra, y por el otro, una institución milenaria, salvaguarda de la fe católica, cuestionada y enfrentada a su propio derrotero, a pesar de las negaciones e hipocresías.
Ambas visiones ahondan las distancias institucionales respecto a los creyentes y ciudadanos. Mientras las percepciones del “gobierno” y la Iglesia católica corren en paralelo buscando auto justificar la gravedad de los problemas que enfrentan, los practicantes y ciudadanos confrontan la cotidianidad irreversible de los muertos.

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