¿De qué se trató ese retuit de Elon Musk en su red X, en el que se
intenta ligar al multimillonario mexicano Carlos Slim con el narcotráfico? En
México se sabe cómo Slim obtuvo el empujón para acrecentar su fortuna, pero no
hay una sola prueba de que sea producto de vínculos con el narco. El gobierno
mexicano encabezado entonces por el PRI, con Carlos Salinas de Gortari, lo puso
en esa trayectoria multimillonaria, al entregarle a precio de ganga la empresa
Teléfonos de México, la que trabajaba en números negros, pero era necesario
seguir el guion neoliberal para minimizar el Estado por medio de la venta, al
mejor postor, de las empresas estatales.
Quizás esta puesta en escena se trate de dos cuestiones: a) aniquilar a
un empresario mexicano, con la finalidad de que los amigos del imperio se
apropien de sus empresas (recordemos que Starlink, la costosa proveedora
satelital de Internet es propiedad de Musk), o b) criminalizar a un país,
México, porque es probable que la declaración de terroristas de los carteles
del narco no le alcance a Donald Trump en sus oscuros intereses por invadir
nuestro país. La derecha mexicana, celebra ambas intenciones, sin aportar ni
una prueba. Incluso, hasta los periodistas de investigación más acreditados que
han publicado muchos libros sobre el narcotráfico, los carteles de la droga y
la delincuencia organizada, niegan esa supuesta relación.
El imperio comienza su “nueva edad de oro”, no solo intentando horadar
la estructura judicial, normativa y social que durante las últimas siglos fue
dando forma a Estados Unidos, sino también con un apetito expansivo que abarca
Groenlandia, el Canal de Panamá y el Golfo de México. No olvidemos que en las
profundidades de este último podría haber incalculables yacimientos de
petróleo, lo que sería excelente para la política energética de Trump de
relanzar los combustibles fósiles, además de salir del Acuerdo de París sobre
cambio climático. En el caso de Groenlandia, con el calentamiento global se
abren nuevas rutas y acceso a minerales, petróleo y otras materias primas.
Como quiera, el narcoempresario, como narcopresidente, narcocandidata,
son parte de las campañas de Lawfare que la derecha estadounidense y mexicana
han emparejado para desestabilizar a México y su gobierno progresista. Acorde
con algunos analistas, durante la primera administración de Trump, no se trató
de una relación de amistad entre el agente naranja y AMLO, sino que hubo cierta
contención y negociación ante el fenomenal apoyo popular que sostuvo los
primeros seis años de la 4T. En la primera semana del Trumpismo, la situación
podría repetirse. Claudia Sheinbaum ganó la presidencia de México con cerca del
60% de los votos, mientras que las más recientes encuestas muestran que ese
apoyo alcanzó 80% de aprobación.
Pero el gobierno de Trump apenas empieza. De seguro sus estrategas ya
están pergeñando maneras distintas de amenazar e intervenir en México. Las
coacciones sobre aranceles y carteles narcoterroristas están en la mesa. Y el
cambio en el nombre de Golfo de México a Golfo de América, solo tiene efectos
en la plataforma continental de Estados Unidos y entre los fanáticos seguidores
neofascistas de Donald Trump. Lo único que parece estar marchando, con mucho
miedo y terror, son las deportaciones, aunque su masividad la ha quedado a
deber. Sí han estado deportado a inmigrantes mexicanos, guatemaltecos y de
otras nacionalidades, sin rebasar lo hasta ahora experimentado históricamente
(Clinton, Obama).
Trump y compañía, a pesar del apoyo al ñoño Videgaray, saben bien que la
derecha mexicana está derrotada. Incluso, con todo el financiamiento que le han
dado al junior tóxico Claudio X. González, no ha podido resurgir. Los derechistas
no entienden que al “secundar” legítimos reclamos (recientes acontecimientos en
Culiacán, Sinaloa), lo único que hacen es desacreditar las protestas, pues solo
buscan protagonismo. De lo que están hartos los mexicanos.
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