miércoles, 8 de enero de 2025

Venezuela o Trump

 

La izquierda buenaondita –solo escuchar a Julio Astillero esperando que sus entrevistados le den la razón y condenen a Nicolás Maduro por no haber presentado jamás las pruebas de su triunfo electoral, es patético- mexicana se ciñe a las directrices, no solo de la democracia burguesa sino a los intentos del imperio por “resolver” el tema venezolano. El 10 de enero de 2025, Nicolás Maduro asumirá la presidencia de su país de nuevo, desafiando al imperio y sus representantes, Corina Machado, la fascista que alienta la intervención de Estados Unidos por medio de Edmundo González, su nuevo Juan Guaidó. Joe Biden se va en unos días dejando a su país hundido política y diplomáticamente. El genocidio en Gaza, la guerra Ucrania-Rusia, la confrontación con China, el flujo de armas y dólares para las estúpidas guerras de Estados Unidos en otros lugares del mundo, son su legado. Reconocer a los fascistas Machado y González, es alentar la intervención e invasión de un país soberano que, con muchos cuestionamientos, intenta sobrevivir al imperio.

Al próximo presidente de Estados Unidos, Biden le deja una agenda política exterior cargada de conflictos y estupideces, pero de ningún modo caminos a la democracia. El senil Joe Biden perdió su centro político desde hace mucho, mientras Kamala Harris, perdedora histórica de una contienda electoral en la que repudiaron a Biden y a la propia candidata demócrata, sigue entrampada en sus propias contradicciones. En la agenda de Biden, está Venezuela. El respaldo dado a la extrema derecha venezolana, insistiendo en reconocer a Edmundo González, títere de Corina Machado, y otro Juan Guaidó, es la intentona final del “demócrata” para derrocar a un gobierno progresista. Por su parte, Nicolás Maduro, rechazado por la izquierda buenaondita mexicana porque argumenta que la izquierda “tiene que ser más democrática que la derecha” (¿?), debería aclarar su triunfo, pero jamás sucumbir ante el progresismo que parece alinearse a la derecha al rechazarlo.

La izquierda latinoamericana, desde el punto de vista de este escribano, no está obligada a ser “más democrática”, porque la democracia capitalista tiene reglas que a veces están reñidas con los procesos democráticos. Es el caso de México. AMLO y Claudia Sheinbaum, compitieron por la presidencia y por asentar un proyecto alternativo, con las reglas del neoliberalismo, pensamiento único y que impuso un orden para que jamás compitiera y ganara la izquierda. El hecho es que los neoliberales nunca contaron con el voto ciudadano, el que les ganó en su terreno, con su mañosa normativa. Entonces, la izquierda buenaondita se pierde en su estalinismo y adoración de sus supuestas hazañas y su agenda personal. No es que la izquierda buenaondita haya cambiado sus parámetros para juzgar a las otras izquierdas, sino que intenta erigirse en moralmente superior y prístina. Ni el EZLN, con rumbo propio, oculta su estalinismo como la izquierda buenaondita.

En Venezuela hay muchas cosas por corregir. Hace unos años, un reconocido economista estadounidense-mexicano me criticó agriamente por cuestionar al gobierno de Nicolás Maduro. En lo único que coincido es que ningún otro país, individuo o corriente política y oligárquica puede intervenir en las naciones soberanas. En sus inicios, el chavismo-madurismo tuvo real apoyo popular, a la muerte de Chávez, al asumir el poder Maduro, el rumbo bolivariano se fue perdiendo, sin olvidar el bloqueo estadounidense-europeo y el saqueo imperialista de las reservas venezolanas. Por ejemplo, Venezuela tiene una cantidad extraordinaria en oro depositada en bancos británicos, lo que le fue confiscado a causa de la supuesta “dictadura venezolana”. La venta de petróleo también fue mermada, por prohibiciones del imperio para que otros países le compren. Y sus productos de exportación, en general, han sido bloqueados, implicando una caída importante del bienestar de los venezolanos. Buena parte de las caravanas migratorias han estado nutridas por venezolanos, atraídos por el ofrecimiento de un estatus especial de Estados Unidos para refugiarse. Se trataba de alentar la caída del gobierno venezolano, ofreciendo a su población abandonarlo.

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