La presidenta de México, junto con su gabinete económico, siguen abordando
el tema de los aranceles que diariamente impone el criminal Donald Trump, como
asuntos comerciales, mientras Trump y su gobierno los han convertido en armas
ideológicas, aunque todos los aranceles que impone al mundo tendrán
repercusiones en su propio país. El recién aprobado presupuesto por el Congreso
de Estados Unidos, no solo favorece a los más ricos, sino que golpea a su
propia base MAGA y a los estadounidenses pobres y de clase media. Los aranceles
tienen similar fin. Por supuesto que en las naciones que exportan diversos
productos a Estados Unidos, particularmente México, tendrán repercusiones
negativas, pero el mayor impacto es entre los estadounidenses.
Aunque la recaudación por el alza de los aranceles ha aumentado, lo que
Trump está manipulando al celebrarlo, la inflación, el déficit fiscal y el
presupuesto dejarán a millones de estadounidenses en la ignominia. En este
contexto, el acta en contra del fentanilo que recién firmó, acompañado de
familias de adictos fallecidos, primariamente por medicamentos adictivos
fabricados por las farmacéuticas de Estados Unidos, es otra puesta en escena
propagandística que no va a los problemas centrales. No es una política de
salud pública, prevención de las adicciones o apoyo gubernamental a los adictos
y sus familias. A Donald Trump no le importa la gente, le importa la
propaganda, el acoso y la amenaza a otros países, mientras el propio se hunde
al ritmo del Trumpismo fascista.
Cada semana, el Trumpismo inventa aranceles o problemas de diversa
índole. Es el caso del jitomate mexicano, gravado con un arancel de 17%,
mientras los productores de jitomate en Estados Unidos, apenas pueden surtir al
mercado de ese país, con 1 de cada 3 jitomates, o la nueva disputa en contra de
la política mexicana para las aerolíneas de carga que fueron derivadas al AIFA,
por la saturación del AICM, y la asociación de Aeroméxico con Delta Airlines. Según
el Departamento de Transporte estadounidense, si no se atienden las “demandas”
del gobierno de ese país, los problemas de “competencia” se agravarían,
restringiendo operaciones de empresas mexicanas en Estados Unidos, además de
prohibir que la empresa mexicana siga con su convenio con la estadounidense
Delta Airlines, al retirársele a ésta la inmunidad antimonopolio.
El Trumpismo no busca establecer una relación comercial competitiva con
México, tampoco que su socio comercial genere nuevas estrategias para eludir
las imbecilidades ideológicas de la mafia que asaltó la Casa Blanca, sino
derrocar a un gobierno progresista que le incomoda, y con cuyo país firmó un
tratado comercial que pronto será revisado, y quizás cancelado, a pesar de que
no hay signos de que las transnacionales estadounidenses se estén mudando al
país del norte como Donald Trump añora, para satisfacer las perversiones
ideológicas de la mafia en el poder y MAGA, cuyos miembros jamás van a cubrir
la demanda laboral en los campos agrícolas o en las fábricas que eventualmente
retornen a Estados Unidos, porque a los WASP no les interesa una vida laboral
que solo los inmigrantes, documentados o no, cubren.
Los aranceles Trumpistas no son instrumentos comerciales, a pesar del
aumento en la recaudación fiscal, la cual jamás va a cubrir el déficit fiscal
estadounidense, pues esos ingresos irán a los bolsillos de las elites, mientras
a las clases medias y trabajadoras estadounidenses se les traslada el costo de
la ideologización de los aranceles. El hecho central es golpear a los países
que mantienen relaciones comerciales competitivas con Estados Unidos para
derrocar a sus gobiernos, como en el caso de Brasil, cuya autonomía judicial
presiona al fascista Bolsonaro en sus intentos por huir de su país o preparar
otra asonada golpista en contra del gobierno de Lula Da Silva, apoyado por el
fascismo Trumpista. Retirar las visas a jueces y familiares, son acciones
ridículas del fascismo Trumpista, a cuyo país ya a muy pocos les interesa ir.